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Pintar en Aranjuez. Tres históricos del CRAC

Cecilio Fernández Bustos

 

La operación trasmutadora consiste en lo siguiente: los materiales abandonan el mundo ciego de la naturaleza para ingresar en el de las obras, es decir, en el de las significaciones.

Octavio Paz

 

Nos encontramos hoy con un pretexto de salutación a la memoria y a la alegría. Tres pintores de Aranjuez, fundadores junto a otros promotores de los valores de la cultura, celebran una exposición conjunta en la Sala de Exposiciones del Centro cultural Isabel de Farnesio. Los tres comparten el privilegio de haber pertenecido al CRAC (Colectivo Rivereño de Acción Cultural).

El CRAC tuvo un importante protagonismo como movimiento impulsor de la cultura en los primeros años ochenta del pasado siglo. Ángel Luis Muñoz, Enrique Serrano y Ricardo de Lózar son tres pintores que hacen trabajos muy distintos, en aras de su personalidad y su modo de entender el arte pictórico.

No es lo mismo, pintar Aranjuez que pintar en Aranjuez. No, pintar en Aranjuez es captar el espíritu, la lírica de esta ciudad y su historia y llevarla a la forma y al color. Pero este trabajo de creación, los creadores lo hacen sin exclusivismos emocionales, pues, trabajen donde trabajen se nutren de la vida y de la tradición. En el caso de estos tres pintores hay un elemento sustancial, una sustancia que los integra. Ellos, cada uno, tiene su propia personalidad, ¡culta!, que les vincula con otros creadores, los que fueron ayer desde los orígenes del hombre primitivo que pintaba en Altamira y en la tradición de la cultura hasta nuestros días, pasando por tantos espejismos como emergen de los nutrientes de la luz.

Ángel Luis Muñoz

Pintor y dibujante de la transparencia de los objetos. No porque los objetos que contempla sean transparentes, nadie duda de su opacidad. Es él, el artista, que utiliza el objeto como pretexto para crear una visión romántica y poética. En esta ocasión son árboles y fachadas, sombras que emergen como apariciones del grafito, material noble salido del fondo de la tierra donde se agita la llama germinal y la forma es solo un hilo gris herido por la luz y la quimera del que busca la sombra y no la encuentra, perdida con está en la transparencia. Y es él, el artista, quien ahonda y cultiva el tacto de esas imágenes ligeras como nubes.

Tal vez Ángel Luis sueñe su obra, pero están aquí, él y su obra tallada con las luces de la tarde.

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Enrique Serrano

Se desliza también en esta sala otro creador salido de la espuma de los días, como los antiguos dioses que sumergían sus sueños en el agua, o en la brisa de la tarde y obtenían, obtiene Enrique esa magia de las formar que se forman y deforman buscando acomodarse al ritmo de la línea, de la grafía, del color. También este pintor se anticipa, desde el amor a las texturas de la materia plástica, al temblor vacilante de la naciente imagen. Hay en todo su trajinar entre papeles, telas y colores una búsqueda inacabable. No le importa llegar, aprendió bien la lección de Kavafis. Conoce con toda precisión el alma del impulso vital y por eso su búsqueda y su maestría plástica. Él conoce la razón.

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Ricardo de Lózar

Hay artistas, auténticos creadores, que han inventado su creatividad para vengarse de la estupidez y de la maldad del mundo. Renuncian a su propia inteligencia y aceptan afinidades de sensibilidad. Ricardo de Lózar, el tercero de los pintores que participan en esta muestra, Nos enseña el color que habita en la forma, resguardado del mutismo subjetivo de sus ideas. Y es acertada su mecánica y su cocina, pues,  con sincera emoción, nos muestra una colección de figuras, ensueños de arte pop, que porfían por abrir puertas y nos trasladan a una sala de Londres o Nueva York. El pintor aquí traduce su espíritu metafísico, pues apuesta por un mundo del que llegar.

Sí, la pintura de Ricardo de Lózar siempre nos ha punzado con el sosiego del que busca la paz, esa paz que todos buscamos, no para alienarnos, sino para librarnos de toda alienación. Algo que consigue en esta muestra donde trasmite reposo y paz, e iguala lo conseguido el pasado año con el Bosque encantado de Oma.

 

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                INTERIOR / EXTERIOR

RICARDO DE LÓZAR

ÁNGEL LUIS MUÑOS

ENRIQUE SERRANO

Pintura / Dibujo / Collage
Centro Cultural Isabel de Farnesio
Del 5 al 28 de noviembre de 2015
De 17:00 a 21:00 horas
Calle del Capitán, 39
ARANJUEZ

 

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15 noviembre 2015 · 16:30

Acuarelas de José Marañón Quiñones

Cecilio Fernández Bustos

 

He vivido días radiantes
gracias  a ti. Entre mis dedos se escurrían
cristalinas las horas, agua pura. Benditas sean.

José Hierro

 

…cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre el río.

Oscar Milosz

 

 

SE ABRIERON LAS MIRADAS Y EL AGUA

DERRAMÓ SU FANTASÍA

José Marañón Quiñones, ¡he aquí al poeta del agua y los pinceles! De nada sirve que viéramos romperse el agua en mil fragmentos en aquellos primeros baños adolescentes en La Rotura[1]. Es ahora, cuando decae la tarde del otoño y nos enfrentamos a la contemplación de la obra que expone en Aranjuez este pintor[2]. Siembra sin voz la voz líquida del lirismo más comprometido en estos tiempos de angustia y de dolor, tiene la mirada clara del emocionado recuerdo y la contemplación del que adora la vida de los hombres, la tierra y las estrellas. Mirada que vislumbra la orilla y oculta, ¡pura ternura!, la rabia que muerde en estos tiempos, como aquellos del trueno y los profetas. Bajo la tela líquida del día emerge el pezón de las tormentas y el rico y el ladrón ponen su marca, ¡orines y excrementos!, sobre las placidas tardes del silencio y las razones íntimas del agua.

El agua que nos queda

El agua que nos queda

Pero vienes tú, querido mago, pulsando esa visión que alienta en pulso y los ojos descubren el pálpito emotivo del encuentro de luz y fantasía. Y buscas las luces del pigmento y el trueno sensible de la forma que se mece en reflejos. Ahora el contemplar se agita en alma y al vincular el tiempo con el tiempo lavas la piel de las promesas y haces brotar el asombro de abril o de agosto, tal vez de octubre en la retina del cielo que se mira en el agua tranquila y represada. Tu pintura, pestaña de niña o muselina que cubre el pubis de una virgen, se compone o descompone en acordes de música o palabras como tiempo vivido «—ay— ¡tanto y tanto¡ / cuando ella llegue con sus ojos de lluvia sobre el río».[3]

Los artistas, amigo mío, vais dejando la huella que nos permite dimitir de la memoria. Las del hombre primitivo y las del hombre de hoy. Y además, en el tiempo de hoy, habilidad y técnica se unen para crear ese espejismo de la forma emergiendo en la idea, anteponiéndose a aquello que hemos suspendido en la conciencia. Lo vemos, ¡sí!, lo vemos y lo sentimos como ese pinchar las emociones que tú, poeta de la forma, nos avivas cuando pulsas la citara que rasga y lava la piel de los veranos y al igual que el poeta de la palabra nos ofreces esta colección de jazmines invertidos que contienen tus pulsos y los míos como una «…campana de agua, un rubí líquido / disuelto en sombras, una aguja de aire / y gas dormido…»[4]

El agua que nos queda

El agua que nos queda

[1] Pequeña laguna del Tajo aguas abajo de Aranjuez, cerca del Rancho del Americano, donde los domingueros de Madrid llegaban en tren desde Atocha. Algunos arancetanos nos bañábamos todos los días del verano en aquellas aguas cristalinas. Hubo un tiempo en que estas aguas eran frecuentadas por el cangrejo de río ibérico y por la nutria.

[2] EL AGUA QUE NOS QUEDA. Acuarelas de José Marañón Quiñones. Del 17 de Octubre al 14 de Noviembre de 2014

ACR Indra Aranjuez. C/ Capitán, nº 152-154. De lunes a viernes de 18 a 20 h

 [3] Oscar Milosz.- Cuando ella llegue. De Sinfonía de noviembre y otros poemas. Editorial Azul / Barcelona, 2011

[4] Pere Gimferrer. Band of angels. De Arde el mar.

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Las Cerámicas de José Luis Caballero y el arte del siglo XX

Cecilio Fernández Bustos

 

Esta noche la luna sueña con más indolencia;
como una mujer hermosa que, sobre abundantes cojines,
con mano distraída y ligera acaricia
antes de adormecerse el contorno de sus pechos.
Charle Baudelaire

 

Técnicamente se puede hablar de cerámica, de barro cocido, de arcilla roja, de barro refractario, de esmaltes, así como de técnicas mixtas. El artista no ha pretendido hacer una obra purista a través de las técnicas cerámicas. Es una obra eclética en la cual, aunque todo vale, no todo es válido, solo lo será si el resultado es satisfactorio, y en esta ocasión obedecen a un propósito claro, justificado.
Enrique Serrano
 

 

Manuel Mujica Lainez publicó, en 1984, un pequeño libro lleno de encanto[1]. En él nos cuenta el autor argentino los festejos nocturnos que viven los personajes que, abandonando sus cuadros, toman vida real en las noches del Museo del Prado. Van formando corrillos en los que se susurra, critica y se organizan concurso. En uno de estos concursos, el de «Elegancia», tras formalizar las normas y designar el jurado, cuya elección recayó en los bufones que optaron por elegir entre los dioses. Nos informa el autor lo nutrido de la nómina de participantes que optaron al certamen y cita: «Velázquez, Theotocópuli, Carreño, Pantoja, Sánchez Coello, Goya, Tiziano, Memling, Van Dyck, Moro, Pourbus, Rubens, Parmigianino, Van Loo, Mignar, Ranc, Rigaud, Durero, Mengs y Lawrence»[2]

         Hace unos pocos días en Aranjuez, en la Sala Juan de Villanueva del Centro Cultural Isabel de Farnesio, un creador que no ha tenido aún tiempo de participar en esos concursos nocturnos de los famosos en los museos mundanos, ha celebrado un brillante festejo en el que se ha homenajeado a una parte de los más insignes creadores plásticos  que anduvieron por el mundo en el siglo XX, con especial relevancia en la primera mitad de aquel siglo, formando corrillos nocturnos en la Sala que nos recuerda a Juan de Villanueva, aquel ilustre  creador del Museo del Prado, donde se celebran las fiestas nocturnas que nos describe Mujica Lainez y que aquí, en Aranjuez, nos dejó para ser gozada la magnífica Puerta principal del Jardín del Príncipe.

Miró, Picasso, Lindner, Juan Gris —creación de José Luis Caballero— (fotografía CFB)

Miró, Picasso, Lindner, Juan Gris —creación de José Luis Caballero— (fotografía CFB)

       El creador y mantenedor de este espectáculo, que los antiguos llamaban exposición, ha sido José Luis Caballero, profesor en el Colegio Apóstol Santiago. José Luis es, pues, un creador brillante y lúcido que organiza su obra a partir de un excepcional dominio del oficio de los ceramistas, ofició más antiguo que el homo sapiens y que tan útil nos ha sido para acarrear la vida. Mas siendo importante la cerámica y sus variables trazos por las sendas de la metafísica y la experiencia, que diría María Zambrano, no dejan de ser «fragmentos de un orden remoto que nos tiende su órbita»[3] y mezcla y extiende su conocimiento de la forma y su transparencia. Así el creador, tomando la inspiración formal de Kandisky, padre de la pintura abstracta, acompañado de Malevich y Paul Klee; Picasso y Juan Gris, inventores del cubismo; Alejandro Xul Solar atravesando con rayos del futuro las cabezas de las gentes; con un resplandor genial la metafísica Giorgio de Chirico y el surrealismo subyacente en sus obras, junto al surrealismo total de Joan Miró y el pop art de Richard Linder; el asombro de la luz que mana en la mirada y los pinceles de Julián Casado. Mezclado y heñido todo esto, he aquí el milagro escondido, encelado en la bruma del arte, que soporta el discurso revelador, ¡brumoso manantial!, de donde brota la creación artística. Porque lo que nos presenta esta exposición, desde el homenaje a los creadores que han sido, es el inesperado espectáculo que funda, para el gozo de nuestra contemplación, un creador que es y estaba ahí dispuesto a soportar nuestra mirada sobre su obra. Raro arte el que nace del arte y como en los seres vivos, mediante la sutil mutación celular de la materia y las combinaciones químicas, nos ofrece una nueva creación, que es otra y si cabe más hermosa, como sucede, ¡en ocasiones!, con los procesos de  evolución orgánica.

2.De Chirico, Miró, Picasso —creación de José Luis Caballero—  (fotografía CFB)

2. De Chirico, Miró, Picasso —creación de José Luis Caballero— (fotografía CFB)

       José Luis Caballero, amasando y modelando barro, sometiendo después esta materia al rito vivificador del fuego y del color ha creado un —¡sí, hombre, sí!— ha creado un conjunto de piezas escultóricas inspiradas en obras de varios de los más importantes creadores del arte plástico del siglo XX. Artistas que protagonizaron la gran ruptura del arte contemporáneo con lo que se hacía en el precedente siglo XIX, que es tanto como decir que rompieron con lo que hasta entonces había sido la pintura universal, aquella que está encerrada en el Museo del Prado. Aquellos creadores y este de hoy, que nos deja boquiabiertos y un tanto temblorosos de emoción, a trasmano de toda perplejidad, no dejaron y no deja, José Luis, todo como estaba. Quiero decir, que del esfuerzo teórico y técnico de Caballero, de la contemplación y el amor a las obras contempladas en dos dimensiones, han surgidos nuevas obras, en tres dimensiones y con otros y más complejos materiales, que nos ofrendan unas «otras obras» y «un otro artista». Las discusiones de los significados lingüísticos se las dejamos a los filósofos, pero aquí, en la sala Juan de Villanueva, hemos gozado el arte de un artista primordial.

         Sorpresa sobre sorpresa, luz sobre la luz, envoltura o crisálida, nivel de la experiencia, José Luis Caballero recrea y establece en el espacio de las tres dimensiones de los inéditos volúmenes de la obra de Julián Casado, pues, como dijo Luis Cernuda, «Que estando ya, no estaban / Pues entre estar y estar hay diferencia». El arte es siempre una comunidad de vivencias donde alienta el pálpito de la creación. Nada mejor para fundar esta idea que apoyarnos en la experiencia lírica de nuestra común amiga, Montserrat Doucet[4], cuando en su poemario, inspirado también en la obra de Julián Casado, escribe estos versos:

XVI 
Descubrir el espacio,
poner límites a las líneas
que cierran un cuerpo,
es desear asir el tiempo.
 
Pero el tiempo y sólo el tiempo
es invariablente agua,
agua sin moldes
que circuncida lo geométrico.

 

4.Julián Casado —creación de José Luis Caballero— (fotografía de CFB)

4. Julián Casado —creación de José Luis Caballero— (fotografía de CFB)

       No lo dudo, artistas y personajes se han conjurado y han abandonado la Sala Juan de Villanueva. Calle Capitán arriba se dirigen hacia la calle de la Reina y en El Rana Verde, como gentes que son de tiempos de tertulias por el mundo, disfrutando una copa de buen vino, deciden solicitar a José Luis Caballero y a la dirección del Centro Cultural Isabel de Farnesio, una nueva muestra de estas obras en la Sala de Exposiciones del Centro Cultura, pues se nos quedo corta la exposición recientemente clausurada.

[1] Manuel Mujica Lainez. Un novelista en el Museo del Prado.- (Biblioteca de Bolsillo, 1997) Seix Barral / Barcelona, 1997

[2] Manuel Mujica Lainez. O. C.

[3] María Zambrano.- Claros del bosque

[4] Montserrat Doucet.- Serie Malevich. Editorial Doce Calles / Aranjuez, 2013

5.Paul Klee —creación de José Luis Caballero (fotografía de CFB)

5. Paul Klee —creación de José Luis Caballero (fotografía de CFB)

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Ricardo de Lózar: Exposición en Madrid

Cecilio Fernández Bustos  

A todos los amigos del CRAC

   

BOSQUE

CRUZAS por el crepúsculo.
El aire
tienes que separarlo casi con las manos
de tan denso, de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas
tus pies. Cientos de árboles
contienen el aliento sobre tu
cabeza. Un pájaro no sabe
que estás allí, y lanza un silbido
largo al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color: es como el eco
del mundo. Eco distante
que tú estremeces, traspasando
las últimas fronteras de la tarde.

Ángel González (De, Aspero mundo, 1956)

 

Cuando volvió a Aranjuez, tras ausencia de más de veinte años, una de las primeras intervenciones culturales en las que participó el autor de esta reflexión fue la de presentar una exposición de Ricardo de Lózar en un local de un centro de educación. Ha buscado entre sus numerosos papeles, con la ambición de encontrar la nota que le sirvió de apoyo para las palabras  que pronuncio en aquella ocasión. No dudaba de poder encontrarla en alguna de las numerosas carpetas que almacena y que le han ido acompañando —al tiempo que aumentaban en número y tamaño—, de casa en casa, durante sus numerosos traslados de vivienda —cuatro en Madrid y cinco en Aranjuez, incluyendo la casa de sus padres que dejó definitivamente en 1965, cuando se casó— Ni que decir tiene que aquella presentación estableció un vinculo entre la obra de Lózar y nuestro amigo, por esta misma razón quedo algo contrariado por no haber sabido de la exposición que el pintor hizo en Aranjuez en 2012, en la sala del Centro Cultural de INDRA, en la calle Capitán de Aranjuez.

         Ricardo de Lózar nació en Salamanca en 1954, vive y labora en Aranjuez desde hace muchos años. Profesor de arte en el Instituto que los italianos padres Somascos tienen en Aranjuez y donde han recibido formación de alta cualificación infinidad de ciudadanos ribereños. «Primer premio Diputación de Madrid, 1971. Primer Premio Villa de Madridejos, 1981. Primer Premio «25 Concurso de Artes Plásticas», Getafe, 1980». Fundador con otros del CRAC (Colectivo Ribereño de Acción Cultural), vive del arte y para el arte, pero no como creador, sino como profesor. Pese a ello Ricardo es un artista vocacional y rotundo capaz de superar todas aquellas contradicciones que atenazan a los creadores más entregados, los que, como dice Ángel González, «…lanza su silbido / largo al otro lado del paisaje».

El Bosque mágico de Oma

El Bosque mágico de Oma

         El autor de este texto ha encontrado aquel papel que buscaba, lo que dijo en abril de 1986 en la inauguración de aquella exposición y lo  incorpora hoy, después de 28 años, a esta nueva mirada: «Cuando, como en esta ocasión, nos reunimos en torno a un artista para contemplar su obra, su trabajo más reciente, su último y más cercano esfuerzo para formular su mundo expresivo. Cuando esto sucede, no podemos evitar sustraernos al comentario que, a modo de provocación, nos transmite la emoción de esta contemplación y, como niños poblados de ingenuidad, buscamos la palabra precisa que ponga nombre al nuevo objeto descubierto. De esta forma, ajustando la emoción y el sentimiento a la palabra descubierta —o quizá ignorada—, incorporamos ésta a nuestro acervo cultural, a nuestro entorno verbal trasmutando su esencia en una especie de rito desacralizado o, tal vez, no estoy seguro, en rito sacralizado».

         En la contemplación de la obra de Ricardo de Lózar habrá siempre una silla prendida de una tela que nos invita a sentarnos. Y nos ofrece su asiento y su respaldo, clásica silla baja de nuestra madre cosiendo, para escuchar el poema que una lectora o un lector atrevido, ¡quién lo duda! —silla puesta—, nos diga el poema de su esencialidad plástica, transitando por los mundos de la creación de nuestro artista como objeto real en el pulso soñado de toda irrealidad.

Bosque mágico de Oma

Bosque mágico de Oma

         Los cuadros de esta exposición han provocado un hueco en la sensibilidad que quien esto escribe. Y es que lo que en el artista ha trascendido de la cotidianidad, lo circundante en él y en ti, se ha plasmado en honda expresión poética. Sí, Ricardo de Lózar, con las formas y colores de este bosque de Oma que nos ofrece como celebración de la obra de Agustín Ibarrola. Con su reflexión plástica Ricardo, como Ángel González con las palabras, nos ha llevado hasta ese bosque, habitado y habitante, donde «El mundo cambia de color: es como el eco / del mundo. Eco distante / que tú estremeces, traspasando / las últimas fronteras de la tarde». Y es aquí donde ante nuestra contemplación arde un imaginario plástico en el que emerge un sueño sin tinieblas y la bondad plástica, el arte, se hace sustancia de lo humano trasmutado en colores y formas con el brillo surrealista de la transparencia de los sueños. Y terminaba el autor de esta reflexión como terminaba aquella intervención en la que todos éramos más jóvenes y más receptores de la lluvia de abril y el sol de mayo: «Pintar para el pintor, como componer un poema para el poeta o una sinfonía para el músico, es algo más profundo y sentido que cualquier otra manifestación humana en ese elemental y cotidiano existir. Y es que crear es la gran pasión, acaso el gran dolor, para el artista».

Aranjuez, 26 de abril de 1986

Aranjuez 30 de mayo de 2014

 

Bosque encantado de Oma

Bosque encantado de Oma

 

 

 

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MÁS ABAJO DEL ESTRECHO

Y Quique abrió las ventanas

Cecilio Fernández Bustos

 

La navaja del río corta pan y tomate
de la tarde que se evapora.
José Hierro

 

¡Quique abrió las ventanas y entró la luz! Y con la luz el incendio de los espejos despojaron de sombras las superficies y se elevó la plenitud del grito sobre el puente. La piel se hizo más clara y transparente como si el agua cambiara su humedad. Y así se ha descifrado el nuevo sortilegio y otra vez huele a pan horneado con leña y se incorpora la idea al texto y la emoción al cuadro.

         Enrique Serrano expone en la sala de la ACR Indra Aranjuez . Sus cuadros son luminosos, los que yo recordaba los había visto hace muchos años; en aquel tiempo Quique era muy joven y estaba uncido a las sombras, a los matices goyescos del claro oscuro. Hoy me encuentro un pintor más luminoso, más apasionado por el sol. Tal vez su viaje a Marruecos —todo un país de sol—, como a tantos otros, lo haya convulsionado. Hoy es un pintor más cerca de Sorolla que de Goya. Tal vez nuestro pintor ha visto como resbalan las formas por el filo brillante del espejo, ese espejo que tanto le preocupa y en el que busca su envés.

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         Vista la luz, me amanece el sonido. Quique es pintor, pero también es poeta y el poeta lleva prendido a sus entrañas el rumor del ritmo. Y es ahí donde las formas adquieren su más sutil belleza, donde las formas y el color se aman con pasión genésica y alumbran la poética de la plástica. Es un pintor ungido por la sabiduría de los materiales, que encuentran en él al alquimista y al mago. ¡No veis temblar vuestras pupilas!

          Octavio Paz dice que «el decir poético dice lo indecible… El lenguaje poético indica, presenta; el poema no explica ni representa: presenta» . Algo muy cercano a lo que dice el poeta, puede decirlo el crítico refiriéndose, en este caso, a la pintura de Enrique Serrano. No trata de representar una realidad, sino que envuelve los materiales, las formas y las luces en una quimera plástica, en un estar en la realidad y es ahí donde estallan los reflejos y la envoltura de las formas desprendidas de los sueños. Donde «… los materiales abandonan el mundo ciego de la naturaleza para ingresar en el de las obras, es decir, en el de las significaciones» ¿Surrealismo acaso?, es posible. Así que, para ver entrar la luz por los pasillos de nuestras miradas, es preciso un conocimiento previo de la luz o, acaso, un descubrimiento que, simultáneamente, nos aproxima y nos induce a quedarnos en el éxtasis de la propuesta. ¿Qué se esconde bajo la piel de las veladuras? ¿Qué agita en esas rugosidades y sus volutas yacentes? El artista que araña esas pieles al tiempo de los lenguajes plásticos y susurra una nana al color para que anule el pensar y se ensañe en el sentir. Sí, sentir como esa pulpa húmeda de la materia que, suavemente, sin herir, va tatuando la suavidad de la respiración. Porque también la pintura del poeta transcurre sobre esa filtración de la luz donde el autor llega a encender corazones y ciudades.

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         El éxito de los cuadros de esta muestra, sacrificio que nos ofrece a la contemplación el pintor, tal vez haya surgido de un hecho creativo. El artista nos presenta unos trabajos en los que ha conseguido, como dijera Jaime Gil de Biedma, «…una realidad en la que el divorcio entre las cosas o los hechos y las significaciones ha sido superado, pero ese realidad integrada debe a la vez guardar adecuación con la realidad de la experiencia habitual, es decir, con aquella en que precisamente se da el divorcio cuya superación se pretenden» Y ello nos permite identificar unas formas que, tal vez rescatadas de los espejos, siendo otras, nos recuerdan la levedad del espejismo labrado en la memoria. Luego, como gesto integrador en lo poético, «…ese género de “cosas” realiza la más generosa de las funciones: estar más allá y más acá, dentro y fuera de lo que es propiamente cosa. Y así, hacen posible que lo que es carne, cuerpo, aparezca. Tal el espacio, ausencia pura que permite todas las presencias» .

         En conclusión, la muestra Más abajo del Estrecho, pinturas de Enrique Serrano Álamo, constituye un acierto pictórico, pues, superada toda monotonía conceptual, el artista nos ofrece unos cuados de excelente factura, donde se concilian la luz del estío y la levedad de las transparencias húmedas, las formas conocidas y las formas soñadas, el espacio de los espejos y el espacio de los duendes. Acaso, tú y tú, ¡No veis temblar vuestras pupilas!

Aranjuez, marzo de 2014

1) Artículo publicado en el nº 1030 de El Espejo de Aranjuez, el 21 de marzo de 2014
2) Octavio Paz. El arco y la lira. Fondo de cultura económica. México, (segunda edición)1970
3) Octavio Paz. O. C.
4) Jaime Gil de Biedma. El pie de la letra. Ensayos (1955-1979)
5) María Zambrano. España, sueño y verdad. Amor y muerte en los dibujos de Picasso.

 

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Puentes del Sena y del Tajo. Manuel Saavedra en la memoria

Cecilio Fernández Bustos

                                      Para Leonor y sus hijas

                                      La memoria es nuestro bastón de ciego en los
                                      corredores y pasillos del tiempo.

                                               Octavio Paz

 

Dos recuerdos me acercan la figura de Manuel Saavedra. El primero se sitúa en el año 1952 y en las Escuelas Loyola. Estamos en Aranjuez. Manuel Saavedra imparte una clase de dibujo en 1º de Preparatoria. El profesor se acerca a mí y contempla el dibujo que acabo de realizar, se trata de un caballo. Por primera vez escucho una lección sobre la importancia de la línea en el dibujo para definir el objeto. La anécdota del segundo recuerdo nos sitúa a Manolo y a mí en la calle de la Reina (también Aranjuez), no recuerdo con quien iba yo, tal vez mi novia, él iba solo. El amigo lleva en sus manos una hoja de plátano de sombra, los árboles de más prestigio en Aranjuez. La hoja es gigantesca y el pintor la muestra con orgullo y admiración, pues se trata de un mágico descubrimiento en la mañana del domingo.

Trató a Picasso

Trató a Picasso

       Desde hace mucho tiempo sé que la memoria nos tiende pequeñas trampas y que no siempre lo recordado tiene mucho que ver con lo vivido. No obstante, siempre es un apoyo, como dice Octavio Paz, un bastón que nos ayuda a recorrer los pasillos del tiempo. Las identidades, las del que recuerda y la del recordado pueden difuminarse, pero la realidad de lo recordado permanece. Así, aquella hoja de un árbol en las manos del poeta que fue Manuel Saavedra, se hace realidad y nos visita cada año en la calle de la Reina, pues el creador vuelve a nosotros con cada hoja verde, caída del verano, que encontramos en la ironía de estar vivos.

Nuestra Señora de París

Nuestra Señora de París

     Siempre hemos reconocido en Manuel Saavedra a un hombre fascinado por la belleza de la naturaleza. El hechizo del hombre se manifiesta en su pasión por la luz de las cosas, los objetos que en él adquieren vida y por su afecto a las gentes. Un verso, un solo verso de Quevedo podría definirlo: «el mundo me ha hechizado». Cuando coincidíamos con Saavedra captábamos siempre aquellos signos que lo definían: entusiasmo, capacidad para asombrarse, frescura en la mirada, elegancia viril. Todo eso se soportaba en un poder mental que podía hacerse forma verbal, poesía, o forma plástica, dibujo y pintura, fotografía. Y, sobre todo, el ansia por donar su conocer a los demás, propia de un hombre generoso que encontraba su ámbito más personal en la donación.

Por ahí anduvo

Por ahí anduvo

         Y ahí estaban sus ojos para ver y su mente para interrogar y buscar respuestas con los sentidos y la imaginación y estaban sus manos que aprendieron muy pronto a acariciar a la luz y a majar y heñir los colores; y a trazar formas con las yemas de los dedos del hombre sensible e inteligente que fue siempre nuestro amigo, Manolo Saavedra.

Pinos como gigantes

Pinos como gigantes

         Manuel Saavedra nació en Madrid en 1924 y murió en Nerga (Pontevedra) —un auténtico edén para él, como Aranjuez o París— en julio de 1995. En Aranjuez vivió desde la adolescencia, aquí conoció a su Leonor y le nacieron tres hijas. En la memoria de quienes le conocimos y tratamos ha quedado la idea del filósofo, el poeta, el escritor, el iluminador de formas rescatadas a la naturaleza (las piedras), el maestro y, sobre todo, el pintor. Y es al pintor al que su familia y el Ayuntamiento de Aranjuez dedican estos días un notable homenaje. Y nada mejor para homenajear a un pintor que traernos su obra, mostrarnos sus cuadros en una exposición sin precedentes, un recorrido cronológico por el que desfilan los dibujos y pinturas más significativas de la huella labrada por Manuel Saavedra, de una manera solitaria y valerosa, sobre la superficie de los sueños.

El Tajo en Aranjuez

El Tajo en Aranjuez

         Como pintor anduvo siempre agarrado por la pasión de sus múltiples admiraciones entre las que cabe destacar, en primer lugar, a Goya y a Dalí. Más tarde, el impresionismo francés le deslumbro y fue capaz de incorporar a su paleta y a su mano y a sus pinceles todo un lujo de técnica y miradas (y sometió, como dijera, creo que fue Matisse, la pintura al mundo de la forma, la línea y color). Pasados por esos filtros, hay en Manolo Saavedra una incandescencia donde se encuentran y funden la creatividad plástica y la poética. Las pinturas son pinturas, formas y colores extraídos de la contemplación de la naturaleza y del vértigo visionario del creador que funda su república y dice: ahí está, eso soy yo. De otra parte la poética, esa mirada transida de emoción que asiste a la puesta del sol en las tardes del invierno ribereño y ve romperse el cielo en cárdenos desgarros sobre las cúpulas del palacio.   

Puen Barcas. Aranjuez

Puen Barcas. Aranjuez

         Manuel Saavedra en sus paisajes toco el mítico cielo del impresionismo con sublime acierto. Su obra no es la de Renoir, ni tampoco la de Monet, alguien dijo que la analogía es la ciencia de las correspondencias. Y aplicando este concepto al arte también podemos decir que porque aquellos no son este, es posible tender un nexo que los une. Nexo que no anula las diferencias, pero si establece la luz de la analogía. Claro que sí, en la pintura de Manuel Saavedra floreció un impresionismo singular soportado en el dominio del dibujo que le permitía, con trazo emocionado, deslindar  el éxtasis de los planos y la luminosidad del color, donde al contemplarlos percibimos el olor de la tierra, las flores y la humedad de las nubes. Lo comentaba con un amigo en la exposición y coincidíamos, ese último cuadro que firmó Saavedra contiene la máxima expresión de su arte. Hay en él esa acumulación de complejos factores —pasión, memoria y técnica— que nos impacta y hace enmudecer ante tanta belleza. Belleza que no es efímera, como podemos percibir al contemplar estos cuadros que cuelgan en las paredes de la Sala de Exposiciones del Centro Cultural Isabel de Farnesio de Aranjuez. Fernand Léger, pintor más cercano a nuestro creador, dijo que “…no existe ningún tribunal de arbitraje que delimite lo que es bello y lo que no lo es”.[2]

Casa de Julio

Casa de Julio

         En Aranjuez también se dan aquellos fenómenos que tienen carácter de universalidad y que Octavio Paz refiere: “La coexistencia de diversas minorías no excluye —al contrario, incluye— la comunicación entre ellas. Esta red de relaciones entre grupos distintos forma un tejido impalpable pero real: la cultura de un pueblo. Por encima de cada subcultura —también por debajo— hay ideas, creencias y costumbres que son comunes a todos los miembros de la sociedad. Es el fondo —espiritual, mental, afectivo— da cada pueblo; asimismo, es el fundamento de las artes, especialmente de la poesía”[3] Y también de la plástica, digo yo.

El último. Y Galicia

El último. Y Galicia


[1] Publicado en El Espejo de Aranjuez y su comarca, nº 980, de 15 de febrero de 2013

[2] Fernand Léger. Funciones de la pintura. Cuadernos para el diálogo / Madrid, 1969

[3] Octavio Paz. La otra voz. Poesía y fin de siglo. Los pocos y los muchos. Seix Barral / Barcelona, 1990

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En la muerte de Antoni Tapies

Cecilio Fernández Bustos

Ayer, 6 de febrero de 2012, ha muerto en Barcelona, ciudad en la que nació, Antoni Tapies, lo dicen los medios de comunicación y se repiten las crónicas y las necrológicas. Se trata del autor de una de las obras plásticas que más han integrado la libertad y la poesía, atributos inherentes a la esencia del arte.

                «Toda obra de arte, como de cualquier tipo, es de un tiempo, de un lugar y de un hombre»[1] Tapies había nacido en Barcelona el 13 de diciembre de 1923.  Así, el personaje y su obra, han sido, durante los duros tiempos de la dictadura, una de las más altas afirmaciones de vinculación con un humanismo libre y responsable. El arte, así entendido, nos dignifica y nos eleva, nos humaniza y hace libres.

                Desde este blog quiero dejar constancia del respeto y admiración que he sentido y siento por la obra y por el creador, Antoni Tapies, que siempre supo lo que buscaba desde la intuición y el convencimiento teórico.

                Tapies elaboró una poética de la materia, desde la conmoción y el deslumbramiento. Conmoción y deslumbramiento que nos ofreció como homenaje a la libertad.

                Sí, amigos lectores,  ayer ha muerto Tapies, pintor poeta de las materias y de los materiales, que buscaba los sonidos y los rastros de la luz en sus alucinaciones plásticas. ¡No hay que llorar! Hay que felicitarse por haber coincidido en el tiempo y el espacio con un artista tan excepcional, lo que nos ha permitido seguir la huella de su trabajo.

 

Antoni Tapies.- Gris con tres rayas rosas, 1964 (propiedad privada)


[1] Alexandre Cirici.- TAPIES. Testimonio del silencio.- Ediciones Polígrafa. Barcelona, 1973

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La mirada de Luis Gómez Baquero

Cecilio Fernández Bustos

 

A ti, forma; color, sonoro empeño
por que la vida ya volumen hable,
sombra entre luz, luz entre sol, oscura.
Rafael Alberti

 

Luis Gómez Baquero nació en Aranjuez en 1929. Al igual que hicieran Bautista —mi padre— y Manolo Saavedra o Fernando Baquero, el pintor que nos ocupa compatibilizó su vida laboral con esos pequeños ratos de ocio que, todos ellos, dedicaban a su pasión por la pintura. Si grande era la dificultad, se alzaron sobre lo adverso y construyeron una obra, cada uno la suya, no exenta de interés.

         Dos son los recuerdos que más identifico con el pintor Luis Gómez Baquero. El primero es la visión de un cuadro que interpretaba un día de niebla en Aranjuez. El segundo es de un tiempo más cercano: es verano, veo al pintor afanándose con el claro-oscuro de los verdes en la Isla del Ermitaño del Jardín del Príncipe. La niebla es un elemento natural, íntimamente ligado al paisaje de los inviernos en Aranjuez. Desde diciembre hasta febrero, aunque es enero el mes que se lleva la palma, los ríos que atraviesan el municipio —Tajo, Jarama y un poco menos Tajuña— levantan sobre estas tierras esas nubes grises y opacas que se quedan posadas, como gigantescos pájaros, entre los pies de los arancetanos e introducen la humedad en los bolsillos de los paseantes y en los huesos de los más antiguos. Las nieblas dan carácter a las luces de los inviernos ribereños y pintan de oscuro un paisaje que en otras estaciones refulge de luminosidad y colorido. La niebla y el humo de las hojas quemándose forman parte de la singularidad plástica de los inviernos de estas tierras, donde Tajo a Jarama el nombre quita.

         Los pintores que han labrado la autoría de su obra en estos enclaves, han tenido una especial predilección por los otoños: otoño en los jardines, otoño sobre el río, otoño pegado a las fachadas de las casas. En esto han sido excelentes Santiago Rusiñol, Benjamín Palencia, Sixto Alberti y los pintores locales más estremecidos por el paisaje. Luis Gómez Baquero, además de a las nieblas y los verdes más endiablados, le ha dado con entusiasmo y acierto al otoño —no se puede vivir en Aranjuez sin incendiarse en esa estación— y Luis, como testimonian algunos de los cuadros que he podido ver en colecciones locales, hace un hueco en sus arterias para que discurran por su cauce las luces que habitan su corazón frente a un contraluz otoñal. Sí, este pintor ha caminado siempre por los andamios de las luces, herido que va de un impulso introspectivo y ha envuelto su emoción en sutiles tonalidades; y ha logrado la presencia de esos elementos que sólo la luz es capaz de identificar cada día. Y es que el mundo existe como realidad cercana, nunca independiente del hombre que lo mira y lo percibe. De ahí esa fascinación, su íntima percepción del mundo, que el poeta en su voz y el pintor en sus colores nos ofrecen.

         Pese a tanta belleza, la pintura de Gómez Baquero que habita mis recuerdos y da vigor a mis sentidos, es aquella protagonizada por la niebla. Toda fascinación origina un deseo. No siempre la posesión nos cura de ese hechizo envuelto en la pasión. Podemos conformarnos con contemplar o incluso con rememorar. En mi caso, el recuerdo de las nieblas de Aranjuez pintadas por Luis Gómez Baquero, me conduce a mi padre: él me enseñó a conocer y admirar aquellos cuadros de su amigo.

         En Aranjuez, como en tantos otros sitios, el río tiene un protagonismo excepcional y agónico. Los pintores locales han perseguido siempre los brillos inclasificables del río: hoy metálicos, ayer dorados, mañana, mañana los patos y los peces romperán los espejos y ahogaran los hechizos de la superficie. El juego de luces que emerge en los espejos del agua, resbala en la retina del artista que deposita pinceladas sinuosas y transparentes sobre la superficie del lienzo. De igual forma los pinceles van conformando un mundo de colores que envuelven la emoción plástica y nos muestran el horizonte de la belleza. El río y los jardines han sido siempre protagonistas del arte creado en Aranjuez: música, poesía y pintura.

Chopos en otoño.- Luis Gómez Baquero (Colección Piquer-Majano)

         Hoy, al contemplar en casa de un amigo un contraluz otoñal firmado por Gómez Baquero, despiertos los recuerdos, he sentido el impulso de comentar esos silencios de las hojas de los chopos que brillan en el cuadro y fijan ese momento de indecisión en que las cosas son o no son. La mirada de salida ayer y la mirada de llegada en cualquier cosecha. Hay una necesidad de identificar ideas y sentimientos, aquello genes que la luz ha ido posando en el envés de nuestra conciencia y nos aproximan a las gentes que, con pequeños sorbos de ternura y belleza, han contribuido a formar nuestra mirada. Algo de eso lo ha protagonizado este pintor, callado y meditabundo, tal vez tímido, en su trabajo de mediador entre sus sueños y los nuestros, tantos años en silencio. Y es así, porque el barrunto de la formación de los elementos culturales, que se van posando en el cuenco donde fermentan nuestras vidas, no suele ser fácilmente identificable.

         Pese a la tormenta que amenaza, hay una paz de altísimo valor plástico en ese cuadro donde la luz hace milagros con el monte bajo y las encinas y nos revela un paisaje casi inédito en la pintura de Aranjuez. Pincelada suelta y envolvente, veladuras uncidas de expresivos movimientos y esos oros que se escapan del nublado y nos recuerdan los mágicos hallazgos de los grandes maestros del paisaje. Pintura apacible y al mismo tiempo inquietante, poética y visceral. Pintura de pintor que aún deambula por los quicios de un sutil surrealismo y juega a mirar y ver aquello que no se manifiesta.

Erial con encinas.- Luis Gómez Baquero (Colección Jiménez-Monteagudo)

          Doblegado por la edad, Luis Gómez Baquero ya no pinta, no le vemos por los jardines, ni paseando por el paseo del Deleite. Autodidacta, aficionado, pintor dominguero, como fuera algún tiempo el rompedor Paul Gauguin, compatibilizó su pasión, la pintura, con el compromiso social y político y, ¡claro está!, con el esfuerzo laboral para sacar adelante a su familia en tiempos que fueron duros y difíciles. Cuanta expresión queda sepulta, cuanta sensibilidad plástica no vio la luz, aunque Luis acudiera a su llamada. Como Vicent van Gogh, que fue saliendo de las tinieblas donde tanta incultura se posó sobre su obra en vida, para iluminar museos y salones después de su muerte. Cuanta inútil sinrazón, reducir el valor del arte a la mera especulación económica. Y es que por ahí van las mascaras sonrientes, de una sociedad que casi nunca llega a tiempo.

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Alfredo Alcaín

Cecilio Fernández Bustos

Alfredo Alcaín nace en Madrid en 1936. Estudia en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando Madrid (1953-58). Estudia Grabado y Litografía en la Escuela Nacional de Artes Graficas (Madrid, 1957-63) y también realiza estudios de Decoración Cinematográfica en la Escuela Nacional de Cinematografía (1961-64).

         Pronto empieza a prescindir de la influencia de las escuelas, dando suelta a una acusada personalidad y pinta el ambiente urbano del Madrid de los años sesenta con una perspectiva pop: escaparates, tiendas de barrio, portadas de barberías y de los antiguos comercios que sobreviven en el centro de la ciudad soportando el impacto del desarrollismo: son las imágenes de ese “viejo Madrid”. Igualmente pinta naturalezas muertas, bodegones donde los papeles de los basares, reliquias de otros tiempos, tienen un especial protagonismo. En las telas de Alcaín se ha detenido el tiempo y, como minucioso orfebre, va tejiendo los espejismos de otras formas de vivir. Con el paso del tiempo estas formas se irán simplificando hasta fijar en las telas, y sobre todo en las serigrafías, nada más que el aliento de la forma.

         Además de pintor es un buen dibujante y un excelente grabador. Como otros artistas que crean en los mismos tiempos, Equipo Crónica y Equipo Realidad, mas artífices estos de un realismo crítico, Alfredo Alcaín utiliza las técnicas de la estampación especialmente el aguafuerte y la serigrafía para alcanzar muy altas cotas expresivas. Así, sus serigrafías son de una excepcional factura y contribuyen al desarrollo de lo que algunos críticos han bautizado como “pop del subdesarrollo”. Alcaín, como dice Valeriano Bozal, es el pintor “de lo popular urbano anterior a la sociedad de consumo.”

         Entre otras exposiciones colectivas ha participado en la Bienal de París de 1967 y en la Bienal de Sao Paulo de 1969. Sus exposiciones individuales son numerosas. Su obra está en varios Museos y en importantes colecciones privadas.

         Alfredo Alcaín ha celebrado numerosas exposiciones, tiene obras en más de 30 MUSEOS y COLECCIONES, incluyendo: – Circulo de Bellas Artes, Madrid. – Museo de Arte Contemporáneo, Sevilla. – Museo del Grabado, Buenos Aires. – Museo Internacional Salvador Allende, Santiago de Chile. – Museo Municipal de Madrid. – Biblioteca Nacional, Madrid. – Museo de Bellas Artes, Bilbao – Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS), Madrid.

 

Alfredo Alcaín.- Bodegón (serigrafía, 1971)

 

“Bodegón”
Serigrafía 4 tintas, 1971
Prueba 96/100

Serigrafía.- Se trata de una de las técnicas de estampación más utilizadas por los artistas representativos del arte pop. Famosas son las series sobre Marilyn Monroe y Elizabeth Taylor realizadas por Andy Warhol.

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LA MIRADA DE BAUTISTA FERNÁNDEZ

Un manchego en Aranjuez[1]

Cecilio Fernández Bustos

       

                                                           Para Mari y Aurora

«…Ser es, esencialmente, ser memoria. Por ello no deja de sorprender esa negación del propio ser que, paradójicamente, no podría tener futuro alguno, si no se funda sobre el presente y el pasado…»

Emilio Lledó

 

Bautista nació en La Mancha (Valdepeñas, Ciudad Real) y fue manchego convencido. Corría el año 1907, España andaba malherida por el secular atraso cultural, científico, económico y social. La primera década del siglo XX arrastraba todo el peso de la crisis de fin de siglo. No eran buenos tiempos para nacer. Pero Bautista nació y fue el tercero en el seno de una familia numerosa y humilde. La profesión del padre les llevó a él y a sus hermanos a recorrer algunos pueblos de la árida meseta manchega.

         Bautista era aún muy joven —poco más de 20 años— cuando llegó a Aranjuez. Acababa de licenciarse del ejército donde había servido en Aviación. En la Base Aérea de Cuatro Vientos (Escuela Civil de Pilotos) aprendió los rudimentos del mecánico que, más tarde, sería en Experiencias Industriales, S. A. —EISA, para los castizos de Aranjuez— donde empezó a trabajar en 1934. En esta empresa trabajó y ganó el pan para los suyos hasta su jubilación al final de los años sesenta.

         En Aranjuez casó con una ribereña, María Bustos Calderón, la mayor de una tupida prole —creo que once aunque yo sólo conocí a ocho— Y, en esta ciudad, junto a su mujer vivió el resto de su vida. Tuvo dos hijas y un hijo. Trabajó, amó, vivió y aquí, junto al Tajo, murió en marzo 1980 cuando los árboles se adornaban de yemas y primeras flores, pues, daba comienzo la primavera.

Plaza de Pamplona (Jardín del Príncipe, Aranjuez)

         Fue en la década de los cuarenta cuando sus tentativas con la pintura empiezan a cuajar. No es pintor de fábulas ni leyendas sino de los elementos cercanos y reconocibles y pinta con pasión de enamorado: lo hace con arrobo, disciplina e inspiración. Autodidacta pero observador que sueña y utiliza los sueños y la materia plástica con humilde constancia; acumuló todas las enseñanzas que le ofrecieron y que él, sin guardarse nada, ofreció o cuantos a él se acercaron buscando magisterio y le mostraron sus obras de iniciación. Siempre luchando con la dificultad de compatibilizar la subsistencia de los suyo con su pasión por la pintura. Ejerció de copista en el Palacio Real de Aranjuez y dio largos paseos hasta el palacio de La Flamenca con la misma finalidad.

         Pintó el paisaje de Aranjuez. Todo el paisaje, el cultural de los jardines y paseos arbolados y el desgarrado de los montes y los campos sin roturar. Desde el Castillo de Oreja a la Junta de los Ríos; desde Sotomayor a La Flamenca; desde el Mar de Ontígola a las Cárcavas; sotos de Las Infantas y El Embocador; olivos de Ontígola y de Valdeguerra. Conoció todos los rincones de los jardines y pintó otoños y veranos, inviernos y primaveras. Igualmente, de sus pinceles salieron hermosos bodegones y sentidas interpretaciones de las más bellas flores de las primaveras, los veranos y los otoños.    

Otoño en el Jardín de la Isla (Aranjuez)

         También le llamó la atención el mar y la cultura marinera. Al final de los años cuarenta y principio de los cincuenta (siempre hablamos del siglo pasado) realizó varios viajes a San Sebastián y a Santander para pintar el paisaje del Cantábrico. Más tarde, a partir de los años sesenta, realizaría, con frecuencia, viajes a Levante para pintar la cegadora luz del Mediterráneo.

         En 1954 conoció el paisaje de la Serranía de Cuenca y yo no lo abandonaría hasta los últimos años de su vida. Al hombro los bártulos de la pintura y en una mano los reteles para pescar cangrejos, esta era la imagen de Bautista en los meses de Agosto por Villalba de la Sierra, Uña, La Toba o Fuertescusa.

         La pintura de Bautista es un claro exponente de voluntad, observación, trabajo y pasión. Siempre anduvo envuelto en el vuelo del impresionismo. Un impresionismo no exento de singularidades que encontró en la policroma conjunción de los verdes y azules, de los cobres y los oros de los jardines de Aranjuez su más fecunda expresión.

Vista del Tajo (Aranjuez)

         De natural extrovertido, tenía una facilidad excepcional para hacerse amigo de cuantos pintores foráneos se movían por los jardines de Aranjuez. Recordamos algunos nombres: el nicaragüense Alejandro Alonso Rochi, el madrileño Cubas, el maestro Benjamín Palencia, Sixto Alberti y tantos otros que llegaban a esta ciudad para dejar constancia de sus oros y sus luces.  Durante muchos años compartió con Ángel Oliveras el honor de ser la referencia de un incipiente movimiento pictórico ribereño que fue adquiriendo adeptos para la pintura y para el arte.

         El diciembre de 1979, en las instalaciones provisionales de la Obra Cultural de caja Madrid, realizó su última exposición. Fue un éxito que le llenó de entusiasmo. Tras la celebración de esta exposición, ya en enero, enfermó gravemente y falleció en el mes de marzo de 1980.


[1] Bautista, 1907 / 2007. Exposición antológica

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