Cecilio Fernández Bustos
Lo importante no es el nombre, lo importante es lo nombrado.
Carlos Bousoño
Alborada 20
321) ¿De qué hablamos cuando hablamos de «cultura»? Hablamos de muchas cosas. Es seguro que en primer lugar hablamos del pan y de cómo compartir el pan para que llegue a todos. Porque el pan, simbólicamente, lo ocupa todo. Y hablando de pan, por una rendija se desliza la ética. Y si hablamos de ética hablamos de igualdad, de libertad, de justicia, de democracia. Porque la palabra ética, simbólicamente, lo ocupa todo. Y en tercer lugar, si hablamos de cultura, hablamos de diálogo. Y «Para dialogar, —lo dijo Antonio Machado— preguntad primero; después escuchad».
322) Dice mi admirado, Emilio Lledó —reciéntenme galardonado con la Medalla de Oro de su ciudad, Sevilla—, que: «Fruto de la democracia que se había iniciado en el siglo V a. C., el dialogo supuso la eliminación del lenguaje dogmático. La verdad se desvelaba no en el imperio del sacerdote o del rey, sino en la coincidencia de los hombres»,… Y el mismo Lledó, tirando de este hilo —la palabra, el diálogo— nos enfrenta también, como Adela Cortina, con la ética (cuestión importante, pues, la filósofa, se ha hecho presencia en los exámenes de selectividad de estos días, ella publicó un libro en mayo de 2013 —¿Para qué sirve realmente…? LA ÉTICA—, en el que, entre otras cosas, dice: «No es de recibo afirmar que todos somos responsables, ni que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Eso es rotundamente falso. Lo que sí es verdad es que mucho de lo que ha pasado podría haberse evitado si personas con nombres y apellidos, entidades y organizaciones con un nombre registrado hubieran actuado siguiendo las normas éticas que les corresponden, explícitas o implícitas». )
323) Así, si entabláramos un diálogo sobre la cultura, para abrir boca, como si de un aperitivo se tratara, citaríamos a María Zambrano que, en la primera línea del Hombre y lo divino dice: «Una cultura depende de la calidad de sus dioses,…»
324) No todos los días hay tren con destino a la libertad. Si pierdes este, que sale hoy a la tarde, tal vez seas recluido en un calabozo a la espera de que haya un próximo transporte con el destino bien definido. No olvides que la vida puede ser divertida pero no siempre es justa.
325) Ayer ya lo decíamos. Se puede vivir bien, son muchos los hombres que han vivido bien —encajonados en jaula de oro o caja de cartón—, pero con un diseño preciso de lo que era su vida y una pléyade de jefes, ordenanzas, normas y controladores de su existencia. La filosofía contraria a Antonio Machado: el camino no se hace al andar, está hecho, diseñado y solo te cabe la necesidad de deslizarte por él como si fuera un tobogán mecánico.
Y se vive bien porque aprendiste a ser dócil, a dejarte llevar, a no oponer resistencia alguna. Era como la fidelidad a un credo religioso, con solo cumplir unas normas tenías garantizada la vida eterna y si eras un poco hábil y no muy escrupuloso aquí obtendrías el ciento por uno. Eso sí, deberías estar disponible por si eras necesario para tirar del carro o incluso, si las exigencias llegaban más lejos, deberías ofrecer la vida: ¡qué gran honor!, dar tu vida por la causa y, más aún, si las exigencias llegaban más lejos, tendrías que matar al adversario, llamado de otra parte «enemigo».
También puede ser cierto que ya nadie puede llevarte de la mano, ni tú puedes permitir a nadie que lo intente; tu vida es tuya y tú debes construirla, pintar el paisaje o escribir el libro y situarte en él. La libertad, ¡qué duda cabe!, puede regresarte al pensamiento del poeta: Caminante, no hay camino, / se hace camino al andar.
326) Busca la llave y con un solo clic participaras en la fiesta de la luz.
327) Lo miro, sí, lo estoy mirando y lo reconozco. Me reconozco en aquel niño que juega, pero no soy yo, «¡ya no soy yo!», hay una gran distancia, un ancho espacio que nos separa al niño y a mí. Es como aquello del río que siempre es el mismo pero distinto. Yo también soy como el agua que ha ido pasando y aún sigue pasando, soy yo pero no soy el mismo. Mantengo el mismo número de identidad y el mismo nombre y mis hijos me siguen llamando papá y mis nietas abuelo y mis hermanos hermano, pero no soy el niño que fui ayer.
El tiempo es espacio. Y esa distancia entre fechas no solo nos conmueve, sino que reforma nuestra identidad. Ser otro, forma parte de la existencia. Nadie estamos exentos a ese proceso de metamorfosis que nos cambia no solo el aparato físico que nos sustancia y sustenta y nos aguanta en la realidad. Sí, el tiempo cambia la sustancia y los vínculos que nos sostienen. Se desprenden escamas, se adhieren nuevas células físicas y sociales que brotan de uno mismo o se incorporan en forma de voces, de palabras. He ahí la rotundidad del ser.
328) Como Velázquez en Las meninas empujamos una puerta hacia el interior. Y ahí están ella y él. Ambos gesticulan y manejan sus instrumentos. Ella el piano el su voz. Y fluye el manantial de aguas límpidas de la conjunción armónica. Es la música, la música y la palabra en enlace perfecto: bello, sensual, apasionado. Y como un rumor que enciende la floración divina, se desprende el polen de la poesía que engendra el mito.
329) Siempre he creído que los recuerdos se sustentan sobre gestos y anécdotas y que su sustancia se conforma como una espiral que, según se va cebando y tomando cuerpo con nuevas vueltas, nos abisma y agarra fuertemente. De este modo te vas deslizando hacia el exterior y vas descubriendo e incorporando nuevos gestos, nuevas anécdotas. Vuelve a mí el manido ejemplo de las cerezas, pero es algo más serio y sutil. No son cerezas lo que va saliendo, son vainas que contienen multitud de diminutas semillas que están ahí, en un recóndito lugar de la mente, esperando el impulso de la respiración para brotar e iniciar el proceso de tejer emociones al ritmo de los latidos del corazón.
330) No digáis que no es triste. Al encender tantas luces donde habitamos, hemos apagado la Vía Láctea y ahora, los que aún vivimos, vamos como ciegos errantes cogidos a las manos de algún artilugio electrónico que nos ilumina y da sonido. Pero nuestra suerte cambió con el apagado de los astros, pues, ¡ay!, entonces se cerraron nuestros párpados.
331) La locura del pájaro que perdió el vuelo, asola la esperanza de la memoria de los hombres que pierden los recuerdos. Luego, ya lo dijo el poeta: Morir es olvidar una palabra dicha.