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Pues sí, señor, seguimos donde siempre

Cecilio Fernández Bustos

 

Bueno, todo se arreglará. Pero hoy no me falles, ¿eh? A las cuatro. Lávate bien antes. Y ya sabes, en boca cerrada no entran moscas. Sobre todo.
Juan Marsé (de Si te dicen que caí)

Pues sí, señor, seguimos donde siempre: ¡cruzando las fronteras en busca del pan o de la paz!, que viene a ser lo mismo cuando el hambre aprieta. ¡Qué claro lo vio el poeta Ángel González!, dejándolo escrito en un poema singular del que brotaba triste dolor. Debió escribirlo después de un viaje a Colliure, pues el poema se titula «Cementerio de Colliure». Cuanta similitud y cuanta vergüenza: el camino es el mismo, el que nos lleva a la tumba del poeta y el que nos lleva al trabajo que no nos da España.
Mañana martes, 12 de enero de 2016, se cumplen ocho años de la muerte de Ángel González. Ocho años sin oír su voz física, mas su legado, ¡su voz de poeta y de hombre en su tiempo!, ahí está esperando ser leída por todos cuantos amamos la poesía y por todos los que aún no se han encontrado, ¡frente a frente!, con alguno de los poemas de nuestro poeta. Yo los convoco y les invito a leer un poema de ayer: «Parque para difuntos» — el poema pertenece al libro Tratado de urbanismo publicado en la colección El Bardo en 1967; en aquel tiempo, Ángel González y también yo éramos muy jóvenes—

 

PARQUE PARA DIFUNTOS

En el jardín germinan los cadáveres.
La pompa de la rosa
jamás, no, nunca es fúnebre.
Únicamente, al entreabrir sus pétalos
devuelve una de tantas
sonrisas que no, nunca, jamás se produjeron
y que la tierra se tragó nonatas.
Lo mismo
podríamos afirmar de las magnolias
respecto
al impreciso nácar de esas ingles
jamás, nunca, no vistas hasta ahora
con una opacidad tan delicada,
luminosa y sombría al mismo tiempo

(Pienso:
cuando tú hayas muerto,
¿qué flor será capaz de recoger
aunque tan sólo sea
una mínima parte
del perfil delicado de tu cuello?;
jamás, ninguna, nunca,
-pienso.)

La brisa,
al conmover las ramas del cerezo,
dispersa
una eyaculación de leves hojas blancas
sobre los ojerosos pensamientos:
así retorna al aire un afán enterrado,
vuelve a latir, regresa
un perdido deseo.
Hay margaritas entre el césped -¡cuántas!
Circulan transeúntes macilentos
por los senderos soleados. Rezan
—luego existimos, creen. Pasan
sin escuchar el grito luminoso
de los lirios,
sin advertir el gesto
de las dalias doradas, que señalan
sus lúgubres figuras con sus múltiples dedos.

Pronto lo veréis todo a través de mi tallo
—susurra un nomeolvides—,
periscopio final de vuestros sueños.

 

Ángel González. Premio Nacional de Poesía Villa de Aranjuez, 2008

Ángel González. Premio Nacional de Poesía Villa de Aranjuez, 2008

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Día Mundial de la Poesía. 21 de Marzo de 2015

Cecilio Fernández Bustos

Desde 2011 venimos celebrando en este blog, «Unas palabras dichas», el Día Mundial de la Poesía. Esta efemérides fue proclamada:

 Durante su 30° reunión, en París en octubre-noviembre de 1999, la Conferencia general de la UNESCO decidió de proclamar el 21 de marzo, como Día mundial de la poesía. Tras haber analizado pormenorizadamente la situación de la poesía en este final de siglo, se enunciaron las consideraciones siguientes:

  1. i) En el mundo contemporáneo hay necesidades insatisfechas en el terreno de la estética que puede atender la poesía en la medida en que se reconozca su papel social de comunicación intersubjetiva y siga siendo instrumento de despertar y de expresión de toma de conciencia ..
  2. ii) Existe desde hace veinte años un verdadero movimiento en pro de la poesía, habiéndose multiplicado las actividades poéticas en los distintos Estados Miembros , aumentado con ello el número de poetas.

iii) Se trata de una necesidad social que impulsa en particular a los jóvenes a volver a las fuentes constituyendo para ellos un medio de, interiorización, consiguiendo que el mundo exterior los atraiga irresistiblemente hacia un conocimiento más profundo.

  1. iv) Además, el poeta, en su condición de persona, asume nuevas funciones, ya que , los recitales poéticos, con la lectura de poemas por los propios poetas son cada vez más apreciados por público.
  1. v) Este impulso social hacia el reconocimiento de los valores ancestrales es asimismo una vuelta a la tradición oral y la aceptación del habla como elemento socializador y estructurador de la persona.
  2. vi) Existe todavía una tendencia en los medios de comunicación social y el público en general a negarse a no valorar el papel del poeta. Sería útil actuar para librarse             de esta imagen trasnochada, y conseguir que a la poesía se le reconozca el “derecho de ciudadanía” en la sociedad.

Pasa el tiempo, incluso pasan los siglos. Así, ha pasado el siglo XX y desde la nueva temporalidad del siglo XXI pensamos que siguen persistiendo hoy las razones que justificaron ayer la proclamación de esta celebración y por ello, de nuevo dedicamos una puerta de este blog a la celebración de el Día Mundial   de la Poesía.

Ando estos días preparando una intervención que me han solicitado para el 23 de abril, conmemoración de las muertes de Cervantes y de Shakespeare. El acto estará dedicado a Juan Ramón Jiménez. He pensado que, en esta ocasión, la celebración de el Día Mundial de la Poesía, también se lo vamos a dedicar a Juan Ramón.

Boca rosa (fotografía CFB)

Boca rosa (fotografía CFB)

 

Boca, rosa, boca, rosa

Los ojos se me meten, como pájaros
negros, por las abiertas rosas
y se están un instante en cada hoja
de boca, rosa, boca, rosa.
El ojo por el rojo,
limpieza con frescura,
forman
un laberinto
en donde todo y toda
complementan un lujo
de ilusión, sin más otra
que la hoja
verde que escamotea,
con el tallo, la espina que la roza.
Las rosas están todas en su casa
la casa de las rosas;
mis ojos se han salido de la suya,
la casa de las sombras,
en aventura
de color sano y de frescura loca;
un patio
de la gloria
terrena
que abandona
en su alto pensil
los ojos con las rosas”.

(De En el otro costado. Caminos sin tierra. [1936-1942] Exilio: Cuba, La Florida —Estados Unidos—

 

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Aún quedan algunas rosas en los libros

Rosas en la poesía 3

Cecilio Fernández Bustos

 

 

vestida del color de mis deseos

Octavio Paz

 

 

La naturaleza y sus efectos sobre nuestro humor y estado de ánimo tiene un especial efecto en cada una de las estaciones. También, ¡claro esta!, según el lugar donde nos encontremos. De este modo, el paisaje se posesiona de nuestros ojos y de nuestra sensibilidad. Ahora estamos viviendo en Aranjuez (Madrid, España), lugar privilegiado que opera como vergel natural y vergel cultural. Y es ahí donde el ojo, en este caso humano, capta el relieve de las formas y el color. Esa fascinación, desde los ojos y por los ojos introduce en nuestra sensibilidad el impacto de la emoción que nos conecta a la belleza y al desafío de un nuevo conocer. Y así, tras acariciar el objeto con los ojos, nos vamos nutriendo de tacto y memoria de la visión y comparamos en el instante del gozo.

         No es menos cierto que la piel también percibe la atmosfera de lo acariciado por la visión y sentimos, más allá de los ojos, la suave emanación de lo sentido. Mas, también perceptible en cada estación, el aroma de todo lo existente, sea humano, vegetal o luminoso, se manifiesta y nos llega como nuevo producto que el sentido impulsa e interroga. La sustancia de la belleza se comunica de este modo a través de los sentidos y ocupa ese débil receptáculo donde se acomoda la memoria, licuada en espejismo, tal vez para toda nuestra vida.

         No es de un canto sensual, es de lo voluptuoso natural que acompaña nuestra estar aquí y es del sueño invernal de primavera de lo que quiero hablar, para que nuestra consciencia sea capaz de administrar tanta alegría. Cierto que hablamos de un fenómeno individual, cada cual gustamos la belleza a nuestro modo y no todos los paladares gustan el mismo sabor en la fresa o el mango. Pero para ayudarnos a percibirlo y saborearlo, ¡en invierno!, nada mejor que el recuerdo de las flores y,  sobre estas, las rosas. Y es tan cierto lo que digo que para rendir un homenaje a las flores  —forma, olor y sabor de la primavera, tan anhelada en estos fríos días de invierno—, he traído hasta aquí, unos hermosísimos poemas que os ofrezco, queridos lectores, en esta entrada de Unas palabras dichas.

 

El paseo de los sábados (fotografía CFB)

Invierno (fotografía CFB)

 

Rosa olida

Te inclinaste hacia una rosa,

Tu avidez

Gozó el olor, fue la tez

Más hermosa.

Y te erguiste con más brío,

Mas ceñida de ti estío

Personal,

Para mí –si más ayuda

Que una flor– casi desnuda:

Tú, fatal.

Jorge Guillen

 

Visible por tu cuerpo (fotografía CFB)

Visible por tu cuerpo (fotografía CFB)

 

Rosa

Hueles a rosa y se te abre en rosa

toda el alma rosada:

¿De qué rosal celeste desprendida

viniste a rozar, Rosa, mi alma?

Rosa, lento rosario de perfumes…

Rosa tú eres… Y una rosa larga

Que durará mañana y después de

mañana…

Dulce María Loynaz

 

Ciudad de cal y canto (fotografía CFB)

Ciudad de cal y canto (fotografía CFB)

 

La rosa

Yo sé que aquí en mi mano

te tengo, rosa fría.

Desnuda el rayo débil

del sol te alcanza. Hueles,

emanas. ¿Desde dónde,

trasunto helado que hoy

me mientes? ¿Desde un reino

secreto de hermosura,

donde tu aroma esparces

para invadir un cielo

total en que dichosos

tus solos aires, fuegos,

perfumes se respiran?

¡Ah, sólo allí celestes

criaturas tú embriagas!

Pero aquí, rosa fría,

secreta estás, inmóvil;

menuda rosa pálida

que en esta mano finges

tu imagen en la tierra.

Vicente Aleixandre

(De Sombra del Paraíso)

 

Rosa caída en el lago (fotografía CFB)

Rosa caída en el lago (fotografía CFB)

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Se busca un libro

Cecilio Fernández Bustos

 

 

 

Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción, singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. «La rosa es sin porqué», dijo Ángelus Silesius; siglos después, Whistler declararía «El arte sucede».

Jorge Luis Borges

 

 

 

Yo siempre busco un libro. Busco el libro que guarda sus sueños en un recóndito rincón de la biblioteca o en esas otras estanterías, ocasionalmente hostiles, donde las librerías los exponen o pierden. Y lo busco porque recuerdo que lo leí y lo tengo, o acaso leo en otro libreo una cita de este y corro a buscarlo, o porque acabo de leer una reseña que me ha llamada la atención o, en muchas ocasiones, se trata de algún amigo que me quiere y me ofrece noticia de un descubrimiento. Yo hago mil malabares con la noticia o la necesidad: apunto en una lista donde significo la urgencia o el interés; indago en las estanterías de casa; llamo o me acerco a mi librería más cercana afectiva; escarbo en internet; miro catálogos. En fin, doy vueltas y revueltas como los animales de las fábulas y en ocasiones encuentro en casa o compro el libro en cuestión. Si el libro lo he comprado en Madrid, la primera lectura suelo hacerla en el tren, y subrayo lo que me llama y me seduce, con ánimo y temblor, para no olvidarlo y volver sobre  más tarde sobre lo leído.

         Cuando llego a casa acostumbra a registrar el nuevo libro. Lo clasifico por título, autor, editorial, fecha de compra, número de orden, fecha e incluso precio. Después le busco un lugar donde dejarlo y busco tiempo para cogerlo, casi inmediatamente y posarlo en un montón, sobre la mesa de trabajo, para iniciar la aventura de leerlo, subrayarlo y cotejarlo con algunos de sus semejantes. En pasado el tiempo, si no ha dejado demasiada huella, salta a ocupar su hueco, si lo hay, en una estantería. Y ahí está, siempre dispuesto y esperando, como un amante, una nueva caricia.

         Como suele sucederme en infinidad de ocasiones, hoy he tropezado con una artículo introductorio a un texto de George Steiner que dice lo siguiente:  Este cuento de George Steiner, inédito hasta ahora en español, es en primera instancia la historia de un grupo de poetas mexicanos que viaja a Medellín, Colombia, con la intención de leer sus versos a una ciudad convulsionada por la violencia. También se puede leer como una paráfrasis del mito de Orfeo y su descenso al Hades, cuyo contexto actual sería el mundo del narcotráfico. De inmediato he recordado un cuento que leí hace unos años, había ganado un concurso y también trataba sobre un grupo de escritores que se montaban en un extraño tren que habría de conducirles a la desintegración, aún lo ando buscando, me preocupan los destinos trágicos. Algo parecido a lo que les sucede a muchos grupos de hombres en el momento actual que se han subido a un trágico tren cuyo destino no está nada claro. El hombre siempre ha soñado con la posibilidad de poseer una lengua común que nos permitiera hablar para entendernos. Ya que los problemas se hacen comunes, se universalizan y nos envuelven como el misterio más allá del placer y el dolor, si bien, como dijera George Steiner en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias de 2001,  «Algunos problemas son más grandes que nuestros cerebros. Eso puede ser una preocupación, pero también es una fuente de esperanza» y de este modo los dioses, como siempre, son utilizados para simular el movimiento de las fichas de la partida confundiendo la palabra común y universal. Tal vez, ¡quién sabe!, pueda alcanzarnos la luz del rayo envuelta en un libro que nos anime a coincidir, a acercar posiciones en el tuétano de lo humano y al calor de la Tierra.

            Yo sigo buscando, ¡ayudadme a encontrar el libro!

Aranjuez, agosto de 2014

Después de la lectura (fotografía CFB)

Después de la lectura (fotografía CFB)

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De colección

A la búsqueda de complicidades

Cecilio Fernández Bustos

   

No todas las realidades son del mismo orden: A. Machado dijo sobre esta verdad tan conocida una frase que me exime de más comentario: «Todo necio confunde valor y precio».

Santiago González Noriega

 

Solo hay unos cuantos tipos de personas, y cada cual desea ser reconocido por aquellos a quienes pertenece. Ésta es la única función de las ideologías; y las ideas, encerradas en paquetes tales, se ven supeditadas a ese único y tristísimo papel.

Rafael Sánchez Ferlosio

 

El gran reto de la economía y de la política debería de ser, hoy como ayer, hacer posible el pleno empleo. Pero no ese empleo de embadurnar estadísticas y de sacar el pecho o la sonrisa ante las cámaras. No un empleo que nos permita vivir con dignidad, ¡sin mendigar ni dar limosna! Cuando hablamos de cuestiones tan fundamentales deberíamos hacer una esfuerzo por superar el limitado espacio de lo tribal. Bueno sería la aplicación de una mirada cubista que nos permitiera ver más allá de los cercanos límites de lo inmediato y próximo. Buena sería una mirada universal, ecuménica como el hombre; una mirada que desalojara de nuestras estrechas mentes las fáciles simplificaciones; una mirada que descubriera las hambres cercanas pero, también, las otras hambres; las hambres agobiadas y agobiantes de los otros, los que habitan tras el simple altozano que establece el límite del barrio, de lo local, la frontera de la nación; una mirada que nos despojara de los cristales, más o menos brillantes, a través de los cuales contemplamos los paisajes irreales de nuestros deseos. Una mirada no sólo para mirar o por mirar, sino para ver y por ver detrás de la cara oculta de todas las lunas que hacen opaca la realidad. Y ver como avanza la muerte, como trepa por las débiles entrañas de millones y millones de niños, mujeres y hombres; mientras otros niños, otras mujeres, otros hombres, tal vez tú y yo, alimentamos con nuestras sobras un inmenso catafalco de inmundicias donde, irremisiblemente, de deshoja el planeta tierra.

Ángel Ortiz, último libro presentado. Aranjuez, 27 de junio de 2013 (fotografía de CFB)

Ángel Ortiz, último libro presentado. Aranjuez, 27 de junio de 2013 (fotografía de CFB)

 

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Por qué escribir

Para celebrar los veinte años que cumple un libro y sopla las velas junto a dos de sus hermanos

 

Cecilio Fernández Bustos

 

El tejado y la luna. La ventana y el viento. ¿Qué quedará de de todo ello cuando yo me haya muerto? Y, si yo ya estoy muerto, cuando los hombres de Berbusa al fin me encuentren y me cierren los ojos para siempre, ¿en qué mirada seguirán viviendo?

Julio Llamazares (De La lluvia amarilla)

 

Lluvia Amarilla.- Julio Llamazares

Lluvia Amarilla.- Julio Llamazares

La literatura constituye un ámbito amplio y abierto: todo cabe. No obstante, el arte de escribir está poblado de elementos técnicos, de figuras, de formas. Así, el arte de decir se convierte en un bosque complicado y agónico donde encontrar el camino para una expresión acertada puede resultar, para quien lo intenta, una situación muy angustiosa. De otra parte, el acierto puede llenar de satisfacción a quien lo logra. De ahí que el de escribir sea un oficio peligroso para quienes lo intentan.

         Se escribe para comunicar, pare expresar, para

El río del olvido. Julio Llamazares

El río del olvido. Julio Llamazares

contar, para decir, para crear y también, como no podía ser menos, para comprender a los demás y comprendernos a nosotros mismos. No pretendemos ser excesivamente categóricos, pero sí, ¡es preciso!, claros. Hay en todo esto un hálito, posiblemente muy sutil, de polemizar y transgredir desde dentro del propio discurso. Todo intento de expresión literaria es siempre un esfuerzo personal que busca, para dialogar con él, un interlocutor. Esfuerzo doloroso muchas veces porque el interlocutor no se manifiesta, no está y hay que llamarle con susurros o con gritos. Hay que dar aldabonazos a su puerta con un lenguaje que entienda y que le emocione, o le agite y le fuerce a revelarse.   

         La cuestión es que, Julio Llamazares, no publica más poesía y, posiblemente, sea coherente con sus expectativas de creador. No, poemas no, pero en toda su literatura hay un pálpito singular y poético que nos arrastra a la lectura de sus libros. Alguno hace ya tiempo que los publicó pero no han generado pátina de vejez, se mantienen frescos como el primer día. Tal vez el autor ya no sea el mismo de ayer y hoy no podría escribir aquellos libros. Pero los textos están ahí como si disfrutaran de su primera primavera, de su primer verano y nos mirasen bien con sus ojos de historias recién contadas. Son más, seguramente se me han escapado otros, pero esos libros no vencidos por el paso del tiempo que emergieron un día como metal salido de la tierra son, por orden de edición: La lluvia amarilla (1988) —el título del libro nos da la clave de la maravilla que nos espera—; El río del olvido (1990) —toda la magia de un viaje a pie por el asombro de una tierra encantada—; y Escenas de cine mudo (1994) —en este mes se cumplen veinte años de la primera edición de este libro— Hace veinte años todos éramos más jóvenes, y aún era dulce la novedad histórica. Pero hoy, un nuevo plegamiento de los tiempos, nos vuelven las costuras del revés y de nuevo temblamos: ¿de frío?, no, ¡de sueños!

 

Escenas de cine mudo. Julio Llamazares

Escenas de cine mudo. Julio Llamazares

 

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En el bosque

Cecilio Fernández Bustos

 

 

                                     Para Carlos Manrique y Alberto Bustos

 

La palabra escondida, a solas celada en el silencio, puede surgir sosteniendo sin darlo a entender un largo discurso, un poema y aun un filosófico texto, anónimamente, orientado el sentido, transformando el encadenamiento lógico en cadencia; abriendo espacios de silencios incolmables, reveladores.

María Zambrano

 

 

Alborada 1

1)      ¡Qué grave error, confundir la administración pública con la empresa privada! Y, al mismo tiempo, ¡qué sutil inconsecuencia!

2)      Necesito que estés ahí: sí, te necesito a ti para poder ver la vida.

3)      La grandeza de lo finito ante el infinito desaparece si no hay futuro. Y si no hay futuro, ¿qué importan la grandeza ni el infinito?

4)      Lo negativo nos hiere en lo más blando y deposita ahí, cual insecto perverso, los huevos que al germinar darán dolor. He ahí una forma del origen de la muerte.

5)      Es inevitable que nos sintamos atados a una forma de destrucción cuando nos escindimos del sortilegio de lo íntimo. Si renunciamos a Eros, nos uncimos a Tánatos.

6)      Un libro es un claro en el bosque de la vida. Se abre ante nosotros como una flor y nos deja ver su centro —luz o abismo— para que libemos en su cáliz. Leer es como comer o beber el corazón de esa flor.

7)      Un libro nos ayuda a encontrar y fijar la luz. Hay que evitar que la vida se derrame y, cuando nada se busca, la luz será pura sorpresa. Es ahí, ¡claro del bosque!, donde el libro suena como un corazón que nutre y da calor.

8)      La santidad es incompatible con la felicidad.

9)      ¡Te oigo y te acaricio, pues tengo ojos!

10)    Hubo un día en el que algunos soñamos un bosque de poemas para la calle de las Infantas de Aranjuez. En poco tiempo gozamos con la floración de tres bellísimos poemas, grandes poetas los aportaron. Pero, ¡ay!, la lluvia ácida los sepultó, ¿en la tumba?, ¡no!, ¡en el olvido!

11)    En todo tiempo, aún en las dictaduras del siglo XX, las gentes de El Gallinero se atrevieron a celebrar los carnavales y el día de san Ildefonso colgaban su impúdico pelele en medio de la calle. ¡Después, corrían delante de los Guardias!        

12)    El tiempo pasó sobre nuestras vidas en raudo vuelo rasante. Y con él nos vamos: ¿adónde nos vamos?

13)    De tanto poner las manos en el fuego para salvar el honor del colega, algunos políticos, reductores del Estado, acaban mucho más que chamuscados y traen a mi memoria a los jibaros, aquellos que reducían cabezas.

14)    Tal vez el arte en todas sus manifestaciones pudiera rescatarnos de tanta ausencia y darnos algo de libertad.[1]        

15)    Detrás de toda fantasía habita un personaje, aún por definir, que espera su turno para pasar a la historia.

16)    No es lo mismo ir por leña que ser leñador.

 

Destejiendo la trama de los días (Composición 1. CFB)

Destejiendo la trama de los días (Composición 1. CFB)

 


[1] Robert Walser: El más solitario de los escritores. La influencia de su enfermedad en su creación literaria. MARCELO MIRANDA C.¹, LEONOR BUSTAMANTE C.², CAROLINA PÉREZ J.-  La existencia humana, en la visión de Walser, consiste en una total superficialidad. Walter Benjamín dijo acerca de él: “ Podría decirse que al escribir se ausenta».

 

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Vicente Aleixandre. En la plaza

Cecilio Fernández Bustos

 

 

El vago azar o las precisas leyes / que rigen este sueño, el universo.

Jorge Luis Borges

 

Leyendo —precisamente— a Rimbaud, o leyendo a Lautréamont, todos hemos sido, en lo profundo de nuestro ser, grandes poetas por breves instantes. La atracción de lo oscuro es simétrica a la atracción de las alturas: la claridad de fray Luis de León o de san Juan de la Cruz halla el otro platillo de su balanza (y el fiel de ella es el instante poético) en las visiones de abismo de Maldoror, en las singladuras alucinantes del barco ebrio.

Pere Gimferrer

 


La plaza ha sido siempre lugar de encuentro y manifestación. Allí los hombres se han juntado para discutir y establecer acuerdos y en no pocas ocasiones para hacer público su desacuerdo. La plaza ha servido también para el encuentro y la celebración, para la manifestación de afectos y para ver crecer entre juegos a los niños. La plaza ha sido el hogar de los sin techo y el cobijo de los desarropados. En la plaza se ha bailado y se han citado los amantes. La plaza es y ha sido la herramienta principal del urbanismo de ayer y del urbanismo de hoy. Podríamos, siguiendo las enseñanzas de Italo Calvino, decir que la plaza está prendida en el cielo y junto a ella “las virtudes y sentimientos más elevados de la ciudad”[1]. La plaza, como los libros, “se convierte en continente imaginario”[2] del afecto ciudadano. Pero no solo en eso tan importante, la plaza se convierte en el centro de la palabra y, consecuentemente, de la voz del pueblo.

Hablando de la plaza nos viene a la memoria Vicente Aleixandre, el poeta de la Generación del 27, nacido en Sevilla —26 de abril de 1898— y criado en Málaga, el nos lo cuenta así: “Nací en Sevilla y, como digo siempre, me críe en Málaga. De modo que de Sevilla sólo sé que nací allí, pero no tengo memoria de infancia. Todos mis recuerdos primeros de la vida son malagueños. Nací a la luz, e incluso a los libros, en Málaga —otro modo de nacer—, porque allí aprendí a leer que es el segundo nacimiento”. Tal vez por estas razones que el poeta señala, escribiera uno de los poemas más hermosos de uno de su libros más brillantes y amados por sus lectores: Sombra del Paraíso, el libro, Ciudad del Paraíso, el poema dedicado a su ciudad —Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.—

Vicente Aleixandre fue uno de los más grandes poetas en lengua española del siglo XX, perteneciente a la generación del 27 poseyó una voz de excelente sonoridad surrealista, cercana a alguno de los poetas más grandes de la lírica universal, obtuvo el Premio Nacional en 1933 por poemario La destrucción o el amor y el de la Crítica en 1963 por En un vasto dominio premio que volvió a recaer en nuestro poeta en 1969 por Poemas de la consumación. En 1950 ingresó  en la Real Academia de la Lengua Española, ocupando el sillón de la letra O, lugar que ocuparía el poeta Pere Gimferrer, a la muerte de Aleixandre. En 1977 tuvo la enorme gratificación de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

La crítica reconoce una serie de entrañas en la poesía de Vicente Aleixandre. Entre otras hablan de poesía pura, poesía surrealista, poesía antropocéntrica y poesía de la vejez. Hablan también de etapas y señalan la segunda, la llamada “etapa humana”, como aquella que de cobijo a el poema En la plaza que vio la luz en el libro Historia del corazón, que recoge los poemas escritos a partir de 1945 hasta la fecha de publicación en 1954, casi una década.

El poema en cuestión, En la plaza, nos habla del proceso de hominización o humanización que propugna el poeta. Nos habla del logro de la esencia humana cuando nos integramos en el grupo y sus problemas, cuando nos sentimos más realizados y cercanos a la posibilidad de ser hombre entre los hombres. Próximo el otoño y calientes los problemas de nuestra sociedad, he creído oportuno honrar a este blog con la reproducción del magnífico poema de nuestro Nobel, Vicente Aleixandre, que falleció en Madrid, el 13 de diciembre de 1984, tras largos años de vivir en esta ciudad, habitante de su casa Velintonia, situada en el número 3 de la calle del mismo nombre y donde, ¡sin lugar a dudas!, debería instalarse la Casa de la Poesía de Madrid.

 

En la plaza

Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.

No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente   imitar a la        roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres        palpita extendido.

Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe,          con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.

Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.

Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.

Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate, y fúndete, y reconócete.

 

Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega         completo.
Y allí fuerte se reconoce, y crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.

Así, entra con los pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!

Plaza de la Mariblanca, Aranjuez  / Madrid (fotohrafía CFB)

Plaza de la Mariblanca, Aranjuez / Madrid (fotohrafía CFB)

 

 

 

 

 


[1] Italo Calvino.- Las ciudades invisibles. Siruela / Madrid, 2005

[2] Iden

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Sostiene Antonio Tabucchi

Cecilio Fernández Bustos

 

Me he encontrado con un médico inteligente, le dijo, se llama Cardoso, estudió en Francia, me ha explicado una teoría suya sobre el alma humana, mejor dicho, es una teoría filosófica francesa, por lo visto en nuestro interior hay una confederación de almas y cada cierto tiempo hay un yo hegemónico que toma las riendas de la confederación, el doctor Cardoso sostiene que estoy cambiando mi yo hegemónico, de la misma forma que las serpientes cambian de piel, y que este yo hegemónico cambiará mi vida, no sé hasta qué punto es cierto todo esto y, a decir verdad, no estoy muy convencido, en fin, qué le vamos a hacer, ya veremos.

Antonio Tabucchi

 

Como si fueran árboles corpulentos, llenos de vigor y fuerza, los poetas, aquellos que sostienen la mirada y el pulso frente a toda adversidad, los que alientan el grito frente a toda injusticia, también caen abatidos por la vida. Ayer lo fueron otros y cuando aún están húmedas las lagrimas por la muerte de José Saramago, hoy nos ha dejado Antonio Tabucchi, el escritor italiano enamorado de Pessoa y de Portugal, que había nacido en Pisa, sostienen unos, en Vecchiano, lugar cercano a Pisa, sostienen otros, en 1943.

         Antonio Tabucchi, sostiene Cecilio, nos sorprendió a los aficionados y también a los expertos con un libro memorable, Sostiene Pereira, publicado en Italia en 1994 y en España en 1995. La crítica sostiene que con esta novela, Tabucchi, alcanzó el punto más alto de su arte narrativo. Deslumbrado por el personaje autor Fernando Pessoa, su yo hegemónico cambió, sostiene Cardoso, de italiano a portugués. Desde aquel cambio y pese a sus no rehuidos combates con algunos dirigentes de la más raída decadencia italiana, sostiene Pereira que la mirada de Tabucchi ha sido, como la de Pessoa, una mirada lisboeta.    

         Sostiene su biografía que ha sido profesor de literatura portuguesa en la Universidad de Génova, director del Instituto Italiano en Lisboa, ciudad en la que acabo fijando su residencia y en la que ha muerto ayer, a los 68 años. Entre sus múltiples obras cabe destacar: Dama de Porto Pim, Nocturno hindú, El juego del revés, Pequeños equívocos sin importancia (Premio Selezione Campiello), La línea del horizonte, Los volatines del Beato Angélico, El ángel negro, Requiém, Sostiene Pereira (premios Campiello, Viareggio-Rèpaci, Prix Européen Jean Monet 1995), La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, Sueño de sueños. Los tres últimos días de Fernando Pessoa, Tristano muere, El tiempo envejece deprisa. Ha escrito teatro y ha publicado numerosos artículos.

         En 2004, cuando ya soñaba en portugués, sostienen algunos de sus amigos, se nacionalizó portugués. Sostiene Pessoa que, desde aquel tiempo han sido muchas las horas en que han paseado, el uno junto al otro, por las calles de Lisboa. Desde aquí, junto al Tajo que, ya más crecido y caudaloso mojara sus pies, sostengo un recuerdo emocionado a la memoria Antonio Tabucchi Pereira Pessoa.      

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Otras formas de pensamiento

La literatura constituye un ámbito amplio y abierto: todo cabe. No obstante, el arte de escribir está poblado de elementos técnicos, de figuras, de formas. Así, el arte de decir se convierte en un bosque complicado y agónico donde encontrar el camino para una expresión acertada puede resultar, para quien lo intenta, una situación muy angustiosa. De otra parte, el acierto puede llenar de satisfacción a quien lo logra. De ahí que el de escribir sea un oficio peligroso para quienes lo intentan.

 

            Se escribe para comunicar, pare expresar, para contar, para decir, para crear y también, como no podía ser menos, para comprender a los demás y comprendernos a nosotros mismos. No pretendemos ser excesivamente categóricos, pero si claros. Hay en todo esto un hálito, posiblemente muy sutil, de polemizar y transgredir desde dentro del propio discurso. Todo intento de expresión literaria es siempre un esfuerzo personal que busca, para dialogar con él, un interlocutor. Esfuerzo doloroso muchas veces porque el interlocutor no se manifiesta, no está y hay que llamarle con susurros o con gritos. Hay que dar aldabonazos a su puerta con un lenguaje que entienda y que le emocione, o le agite y le fuerce a revelarse.      

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