El viaje definitivo 2
Cecilio Fernández Bustos
Dices que nada se pierde
y acaso dices verdad,
pero todo lo perdemos
y todo nos perderá.
A. Machado
Finalizaba el año 2011 cuando puse en este blog una entrada titulada «El viaje definitivo 1». Aquellos que suelen leer estos trabajos lo recordaran pues tuvo una buena acogida. No propendo a la investigación. Soy más dado a la improvisación y al escarceo sin demasiado orden. Tal vez esta actitud mía sea la razón de que hayan pasado más de cuatro años sin que volviera sobra este asunto tan importante a mi entender. Supongo que ya saben que hablo de la muerte. Sí, de la muerte real que a unos ya les llegó y a otros nos espera.
Aquella entrada de diciembre de 2012, iba bajo el denominador común de «Dar las gracias». Esta denominación trata de singularizar aquellos textos que incorporo como citas de especial significado para mí. De este modo dejo ver cuáles son algunas de mis lecturas más queridas y las señalo por si a los lectores pueden interesarles o ya las han disfrutado y las restituyen a su color y sabor, al tiempo que yo doy las gracias a sus autores por haberlas creado. Como pueden comprender no cálculo lo que digo y así, lo que cito, queda flotando sobre las aguas del discurso del lector, que lo incorpora o rechaza.
Hoy vuelvo a estas citas sobre el acontecer final con tres bellos poemas. El primero de José Ángel Valente: se trata de un fragmento de Elegía, perteneciente a su libro «Nadie (1993-1994)», publicado en El fulgor. Antología poética (1953-1996) . El segundo y el tercer poemas son de Antonio Colinas, y ambos forman parte del libro Del ser y del no ser (el tercero, «II Isla», es la segunda parte del poema titulado Variaciones sobre dos temas de Rilke)
JOSÉ ÁNGEL VALENTE
Si después de morir nos levantamos,
si después de morir
vengo hacia ti como venía antes
y hay algo en mí que tú no reconoces
porque no soy el mismo,
qué dolor el morir, saber que nunca
alcanzaré los bordes
del ser que fuiste para mi tan dentro
de mí mismo,
si tú eras yo y entero me invadías
por qué tan ciega ahora esta frontera,
tan aciago este muro de palabras súbitamente heladas
cuando más te quiero,
te digo ven a veces
todavía me miras con ternura
nacida solo del recuerdo.
Qué dolor de morir, llegar a ti, besarte
desesperadamente
y sentir que el espejo
no refleja mi rostro
ni sientes tú,
a quien tanto he amado,
ni anhelante impresencia.
(Elegía: fragmento)
ANTONIO COLINAS
La violonchelista Alma Moodi interpreta
A Bach en el Funeral de Rilke
Nada importan los versos ni la música.
Nada importa la gloria.
Nada importa la muerte del poeta,
cualquier muerte.
Solo es cierto ese cuerpo de mujer
que quiere rescatar, desesperadamente,
con la de Bach, aquella otra música
de los versos de Alguien (nos parece)
pretende silenciar cuando muere un poeta.
Sólo importa ese cuerpo
que contemplan los ojos turbados por las lágrimas,
y los brazos (tan blancos)
que juegan con la música, que hacen olvidar
los versos, y que juegan con los vivos
a eternizar un tiempo que sabemos
fugaz, y que a su vez está jugando
con la muerte.
Versos, músicas, juegos
del alma resbalando por su carne
que aún ama y que aún sueña y que aún canta,
sin morir todavía.
II
Isla
Produce un dolor agudo y muy sublime
tener que abandonar lo que se ha amado mucho
y aquello que los nuestros más amaron,
pues en ti y con tu luz, oh isla mía,
conformamos los cuerpos, la sangre que nos une.
Debimos renunciar a lo esencial,
tuvimos que dejar cuanto era nuestro,
aunque, al parecer, no nos pertenecía.
¡Ingenuos! ¿Es que son
de algo propietarios los humanos?
¿No es la tierra del aire y el aire de la lluvia?
¿Les pertenece algo a los van sin remedio a la fosa?
Allá, en tus serenos estanques, donde hubo
hondura, nos pudimos reflejar claramente,
pero junto a tu mar, que es la mar de la vida,
las olas deshacían de continuo esa imagen.
Y si no fuiste nuestra, ¿Qué hacen estos espinos,
inconfundiblemente bellos,
inconfundiblemente tuyos,
clavados en mis manos?
¡Fueron tan entrañables tus seres para mí!
¡Los amamos tan fuerte
que ya no los veíamos, de tan cerca que estaban!
(Quizá fuera por eso que ellos también dejaron
de vernos a nosotros.)
Y tuvimos que irnos hacia el frío,
aunque aquel muro blanco y el jardín
allí, indemnes, quedaron.
El uno, perpetuando el amor luminoso;
difundiéndolo, el otro, en aroma y verdor.
Y nos tuvimos que marchar. ¿Por qué?
No logramos saberlo, ni debe preocuparnos.
Acaso hay haya sido sólo por el deseo de partir,
y sentirnos más vivos y más libres;
partir para una cita sin hora y sin lugar,
donde mirar mucho más cerca el rostro
de la Misteriosa.
Temíamos que en esa encrucijada,
que en ese umbral de espanto,
hubiera una salida sin salida,
cuando (metamorfosis de los seres)
sólo hallamos la entrada a una vida más nueva.
La conciencia está en paz.
sublime es el dolor cuando el alma se expande
y se confunde con todos y con todo.
¿Quién no ha sido hijo pródigo una vez?
No encerrarse, sin salir
a sembrar la luz.
Sembrar es lo que importa,
aunque hayamos de hacerlo
bajo el cielo más puro
o bajo el huracán.