Cecilio Fernández Bustos
Para Benedicto Ramírez que, jubilado ya, no renuncia a seguir creciendo en amor y sabiduría
Vivo en un país en el que a diario nos espanta el espanto. ¿Y qué hacemos? Temer.
Ángeles Mastretta
Si sobrevives, si persistes, canta,
Sueña, emborráchate.
Es el tiempo del frío: ama,
Apresúrate. El viento de las horas
Barre las calles, los caminos.
Los árboles esperan: tú no esperes,
Éste es el tiempo de vivir, el único.
Jaime Sabines
En esta farsa, enajenación de la sociedad de consumo, la oferta es infinita para quienes nada tienen. Tal como están poniéndose las cosas y tal como han estado siempre para aquella parte de la sociedad que unas veces hemos llamado esclavos, otras veces proletariado y tras la segunda guerra mundial, ¡con mucho énfasis!, sociólogos y economistas, nombraron como tercer mundo por un lado y clase media por el otro. Ustedes me disculparan hoy si empezamos por seleccionar el pan —sustancia más humana y humanista que el mismo hombre e incluso que Sócrates y Kant—. Se trata del pan, es decir del primer alimento básico que nos permite crecer y multiplicarnos. Metáfora, al fin y al cabo, como el maná bíblico, del alimento de los hombres. ¿Qué duda cabe?: las leyes económicas consienten a unos ciudadanos disfrutarlo todo y de todo, en cambio a otros les obliga a no disfrutar de nada y a carecer de todo, incluso de la vida y del imprescindible «pan» que nos permita subsistir y, por subsistir, ser.
Ayer vi unas imágenes en televisión de un grupo de muchachos en medio de ruinas y charcos de sangre y aguas sucias. Entre el polvo de las detonaciones, discutían con algunos adultos de los asuntos de la vida y de la muerte y, a uno de ellos, le salía de entre las ropas una hogaza de pan de la que pellizcaba algunas pequeñas migas, seguramente el pan tenía un destino más amplio que el de su portador y debía respetarlo, pero el estómago vacío mordía en la urgencia. De otra parte, también ayer, leía un relato-crónica de un viaje por España en la inmediata posguerra, del escritor canadiense-estadounidense, Premio Nobel en 1976, gran humanista, Saul Bellow. El texto titulado Carta de España, cuenta una anécdota visual: «El muchacho, con una espesa mata de pelo que le cubría sobradamente la nuca y con prematuras y marcadas arrugas bajo los ojos, ostentaba la precaria indiferencia de la profunda miseria y el odio enconado. Llevaba un trozo de pan sobresaliéndole del bolsillo».
Comparar aquel trozo de pan que en los años cuarenta del siglo XX sobresalía del bolsillo del muchacho español, con la hogaza de pan que pellizcaba el adolescente sirio en el siglo XXI, nos habla del fracaso de una sociedad enferma, cubierta de cicatrices y de nuevas y sangrantes heridas. Ayer y hoy el susurro de la miseria no se diluye nunca y castiga duramente a los más indefensos. El escenario nos muestra un panorama aberrante, la crueldad se apodera de las gentes, la emigración que ayer recuperó la Europa destruida y ya no es necesaria en Francia, ni en Holanda, ni en Bélgica, ni en Suiza, ni en Alemania, ni en el Reino Unido, ni en España. Es más, en China se produce a los miserables precios del coste del pan y la manta para cubrirse del frío nocturno en las pocas horas de descanso. En América resucitan los radicalismos de izquierdas y derechas y hay líderes que se permiten insultar a las mujeres y países donde se las asesina sin piedad. Se desprecia a los emigrantes y a los refugiados y en Europa desaparecen los niños y nadie sabe en qué son empleados: ¿habrá mayor desatino humano que éste? Una especie de mal está resurgiendo y entenebrece con nuevas energías de lo maldito.
Solo una súplica para finalizar estas breves reflexiones, que nadie se atreva a postergar la información a las cloacas de los servicios a la muerte. Que no vuelva Stalin y los estalinistas de todo cuño y moneda de la censura mientras Jane Fonda y Michael Sarrazín siguen danzando y el otoño levanta su música.