Las calles de Aranjuez 2

Calle de las Infantas

Cecilio Fernández Bustos

 

                        A mis amigas y amigos de la infancia,
                        a quienes tanto he querido
Marco Polo describe un puente, piedra por piedra.
 —¿Pero cuál es la piedra que sostiene el puente?
                               —pregunta Kublai Kan.
—El puente no está sostenido por esta o aquella piedra —responde Marco—, sino por la línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando. Después añade:
—¿Por qué me hablas de las piedras? Lo único que me importa es el arco.
Polo responde:
—Sin piedras no hay arco.[1]

 

 

Dos niños juegan. Sus edades deben oscilar entre los diez o doce años. Van en una bicicleta grande, de caballero y adulto. Uno conduce la máquina. El otro, sentado en la barra, sus manos sueltas portan un tirador de elásticas gomas. Hay un pequeño bando de gorriones, los pájaros se mueven  junto a la fuente, muy cerca de los niños y picotean sobre la tierra, tal vez bolitas de ‘lairón’. A los astutos animales la bicicleta no les da miedo y siguen a lo suyo; el niño que va en la barra, en un alarde de equilibrio, estira las gomas del ‘tira chinas’ y ¡zas!; pájaro muerto junto al almez[2] gigante de la calle de las Infantas. Los niños, Carlos y Cecilio, inventores de un arma eficaz, como grandes cazadores, recogen su presa y huyen a toda la velocidad de la bicicleta por si alguien ha visto la travesura.

         Al recordar restablezco la edad que tuvimos ayer y el recuerdo hace vivir a todos los que ya no están, pues, como el tiempo, regresan entre nosotros los santos y los héroes de nuestros primeros años. Aún veo el mágico efecto de los faros de un único automóvil que se guarda todas las noches, en una cochera, frente a mi diminuto susto nocturno de verano. Mas el juicio, la mirada sobre la ciudad ya no es de ayer, es de hoy.

         Cuando yo era niño, en esta calle vivían mis abuelos Luciano y Escolástica. “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.” En los amplios espacios de esta calle, en los lejanos tiempos de la ciudad sin coches, he gozado de todos los juegos posibles a los niños de la posguerra: desde el fútbol al escondite, pasando por la correa escondida, el cerro ‘pico tallo’ y pídola, la taba, las bolas y el ‘gua’, el peón y el palitroque, la piratería sin barcos y la persecución a los pájaros, armado del emblemático tirachinas o tirador de los niños malos. Recuerdo un juego ingenuamente erótico que una de mis amigas trajo a la calle unas vacaciones de verano; aquel juego nos permitía abrazarnos en público y lo llamábamos ‘El guiña ojos’, pero, de éste y otros más ingenuos, espero hablar en otra ocasión. Eso sí, ¡los niños fuimos reyes de las calles!

         La calle de las Infantas es una avenida hermosa, amplia –más de 60 metros de sección y tal vez un kilómetro de larga–, envidia de urbes más citadas. Tiene su origen en la glorieta de Santiago Rusiñol y muere, estrangulada grotescamente, en la glorieta de Joaquín Cotanda (de muy reciente creación), acabando ahí, torpemente, su vocación de gran avenida. Trazada a cordel y escuadra por Santiago Bonavía, nada más nacer empezó a dar cobijo a importantes edificios para las estancias de jornada de las familias cercanas a los monarcas por oficio, servicio o dignidad. 

         Infantas es la tercera radial originada en la fachada este del Palacio. Hoy es la Fuente de Ceres en el Jardín de El Parterre una buena referencia para saber de qué hablamos. Junto con la calle de la reina y la calle del Príncipe, forman el tridente oriental. La delimitan y acogen en el inicio de su trazado una hilera de vetustos y hercúleos plátanos (hoy quedan pocos de aquellos árboles) que se asoman desde la barandilla del jardín de Isabel II. Entre los principales edificios construidos originalmente en la calle de las Infantas, se singularizaban: la casa del Ataúd o del Marqués de Villacastel;   casa de Don Juan del Rey —Infantas esquina a Capitán, La Farnesina—; casa del Maestro  D. Carlos Bernasconi, Marques de Santiago —en mi infancia Colegio de D. Andrés y El Gallinero—; casa de Don Antonio Luengo; casa de Don Manuel Muñoz; casa del arquitecto  D. Manuel Serrano; casa del Maestro Vicente Chornet. Todas estas en los impares y en los pares se levantaron: la casa de Mr. Cadet —hoy tiendas de confección—; casa de los Duques de Alba —Estación de Autobuses, restaurante y viviendas—; casas de D. Antonio Agudo, D. Andrés Sánchez Barahona, D. Antonio Rouselot; cocheras y caballerizas del Rey —fachada entre calles del Rey y Montesinos—; Real Cuartel de los Voluntarios de España —fachada entre las calles de Montesinos y Foso—[3]  Hoy, aunque varias de estas casas permanecen en pie con pocas modificaciones en fachada; identificable en su conjunto sólo pervive el Palacio de los Duques de Alba, conocido en mi infancia con el nombre de sus propietarios —casa de Isla—. En esta casa se encuentran unos dibujos que la voz popular atribuía a Goya.

Fachada de la casa de los Duques de Alba (C/F)

         Ya suenan las canciones que anuncian la llegada de la hora en el cine de verano. Ya salta el corazón en nuestros pechos infantiles: llega la noche y aún no sabemos si iremos a ver la película o tendremos que conformarnos con pasear por sus alrededores y, tal vez, tomarnos una horchata o un helado del carrillo de Isabelo. Recuerdo la imagen de Gary Cooper perseguido por Boris Karloff, que hacía de indio, visto del revés desde el otro lado de la pantalla. Aquel cine al aire libre se reclinaba sobre el jardín de Isabel II y era cobijado por la sombra de aquellos grandes plátanos. Lo más importante de esta calle en los tiempos difíciles de la posguerra era el cine de Infiesta. Verano y cine: ocio de los mayores y la gran fiesta de los niños. Cuantas películas de buen cine vimos en aquella gran pantalla montada en la calle. No sabéis lo que os habéis perdido  quienes no tuvisteis la oportunidad de vivir una velada con Esther Williams en Escuela de sirenas.

Aquí se instalaba el cine de verano (C/F)

         En el espacio que ocupó el cine contemplamos hoy una instalación de quioscos que dan cobijo a los turistas de domingos y festivos y que facilitan refrescantes cañas de cerveza a los nativos. Caminando hacia el oeste, pasada la calle de la Gobernación (popularmente de ‘los borrachos’) y la de Stuart, nos encontrábamos la terraza del Casino de Industria y Comercio que daba un aire de solemnidad y vocación moderna a la calle y a la villa. Enclave ideal  para tomarse una cerveza y unas patatas fritas en las noches de verano. Pocos van quedando de aquellos que, yo niño con los bolsillos llenos de chapas de las botellas de refrescos para organizar mi particular campeonato de fútbol, viera beber una cerveza a la luz de la luna de agosto.  

         Durante el verano, los niños y también los adultos saciábamos nuestra sed y nos refrescábamos en las fuentes que abastecían de agua a quienes no la tenían en casa. En cuanto a helados, además del ya citado carrillo de Isabelo, las calles eran recorridas por los carritos de los ‘chambis’; también una fábrica de hielo —gaseosa La Campiña— elaboraba excelentes ‘polos’; el Rasca arrancaba esquirlas a la barra de hielo con un rascador donde, tras prensar el hielo arrancado, aromatizaba su helado con exquisitos jarabes de colores. Y en otoño las zanahorias de Ontígola, el hombre de las cachuelas de conejo y el otro —¡Mieeeleeerooo, miel! ¡Rica miel de la Alcarria!

         La calle de las Infantas era y es una gran alfombra que se extiende de Oeste a Este, y corta de ancho tajo a las calles de Stuart, Capitán, Rey, Montesinos y Foso. Y le nacen, a la derecha, la calle de la Gobernación  y la más dulce de las calles de Aranjuez, la calle de Almíbar de la que tan acertadamente escribiera nuestro amigo Ramón Peche en aquel famoso Arankej de la nostalgia. 

Bulevar con Jaboneros de China y Olmos (C/F)

         Yo recuerdo esta calle cuando el mundo de Aranjuez aparentaba, solamente aparentaba, ser esencialmente rural. Y recuerdo los carros,  tirados por mulas, transportando grandes cantidades haces de trigo o cebada hacia las eras donde la trilla soltaba el grano y el viento lo separaba de la paja. Las eras estaban ubicadas frente a la huerta valenciana, más o menos entre el campo de fútbol (hoy, una moderna urbanización, da cobijo a nuevas generaciones de arancetanos) y la plaza del 1º de Mayo. También esta calle, ¡quién lo diría!, era paso de pequeños rebaños de ovejas que a la mañana iban a pastar y volvían a la tarde para ser ordeñadas. De otra parte, justo enfrente de donde vivían mis abuelos, en la casa de los Islas, del Duque de Alba y del Duque de Arcos, había un gran portalón, tal vez dos,  posiblemente cocheras: ahí exactamente, en ese espacio, había una herrería. Allí vi fabricar las herraduras en la fragua y vi herrar a mulas, caballos, yeguas y borricos. Mi querido tío Cecilio, al que debo mi nombre, decía que me iba a mandar a la herrería a que me hicieran unas botas de hierro, pues, las de la zapatería las rompía antes de que acabara el invierno.

         En mi infancia, esta calle, se parecía bastante a la actual, aunque sin asfaltar y con distinto vestido. Ayer estaba plantada de acacias (falsa acacia, para ser más exactos) y en el cruce con Capitán, se había desarrollado un almez  –lairón’ para nosotros– colosal que en el otoño nos alimentaba con sus semillas, las añoradas bolitas del ‘lairón’. No sé cuando se hizo, pero es una pena lamentable que la Calle de las Infantas perdiera aquel totémico símbolo del acontecer urbano. Posiblemente hoy sea más racional la jardinería y los árboles, donde sobresalen los “Jaboneros de China” con su abundante floración amarilla en primavera y el sonajero de sus semillas casi siempre. Sí, no podemos negarle la excelencia a la calle o avenida de Las Infantas. Pero aún hoy, como ayer, cuando en verano el sol cae vertical sobre la villa, los viandantes nos ausentamos y nos volvemos del color de la sombra; ya ni los pájaros se atreven a piar, tal vez una chicharra afirme su presencia disfrutando ella sola de toda la calle.

         También había en esta calle una acacia endeble y encanijada: era aquella donde los alumnos del colegio de Don Andrés, alineados en orden de menor a mayor, vaciaban sus vejigas en los recreos. Los recuerdo formando una fila desde la puerta del colegio hasta el socorrido árbol. Después, ya aliviados, jugueteaban por la calle hasta el regreso a las aulas.

         En la actualidad la calle de las Infantas es una bella y amplia vía, referencia de urbanismo moderno. Una iniciativa municipal, promovida desde el Aula de Poesía, ha desarrollado una idea del profesor Alberto Bustos Plaza, sembrar la gran avenida de poemas. En 2007 se plantó el primero dedicado al laureado poeta del grupo Cántico Pablo García Baena. Dos más han nacido posteriormente: Ángel González y Francisca Aguirre.

Poema de Pablo García Baena (C/F)

         No obstante, el excesivo aumento del tráfico rodado en el interior de la ciudad contribuye a que esta calle que hoy nos enamora y otras grandes avenidas de Aranjuez, pierdan la perspectiva que les confiere su excelente dimensión y diseño. Mas la cuestión es de alegría y podemos contar que en la primavera y en los primeros días del verano la calle de las Infantas recobra aquel entorno acústico del canto de los pájaros, donde hoy sobresalen las llamadas de los mirlos y los verderones ajetreados en la cría de sus polluelos. También, no podía ser menos, los bulevares de la calle de las Infantas, como los de las calles del Príncipe y del Capitán, sirven al júbilo peatonal de aquellos ciudadanos que pasan de la mecánica del motor de explosión en sus desplazamientos por la ciudad.

         Aquellos niños de la bicicleta, el gorrión y el almez, hoy abuelos, aún pasean por estos bulevares de la calle de las Infantas.


[1] Citado por Italo Calvino en Las ciudades invisibles. Ediciones Siruela. Madrid, 2005

[2] He buscado una fotografía de este árbol, para incluirla en esta entrada. No la he conseguido. Si alguien tuviera una muestra de este gráfica de aquel árbol  y me la quisiera ceder para publicar aquí, no lo dude, le quedaría muy agradecido.

[3] La información sobre la instalación de estos edificios está tomada de Arquitectura y Desarrollo urbano. Tomo IX, Aranjuez. Comunidad de Madrid. Madrid, 2004

[4] He buscado insistentemente una fotografía de aquel árbol. No la he encontrado. Si alguien pudiera facilitarme un recuerdo gráfico de aquella memoria y me permitiera incorporarlo a este texto, le quedaría muy agradecido.

10 comentarios

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10 Respuestas a “Las calles de Aranjuez 2

  1. pablo

    Hola Cecilio, como siempre sabes hacer un retrato exacto de lo que es y fue en este caso la calle de Infantas, donde soñaron varias generaciones con el inolvidable cine de verano. Yo también lo hice (sin pagar,era un lujo para los niños-chicos) desde las praderas del Jardín de Isabel II, había que colocar bién un plátano para ver la mayor superficie posible de pantalla.Alguien creería hoy que se vendía agua fresca en botijo.
    Añadiría a tu inventario la cárcel o depósito de detenidos (que suena menos trágico) y una carpintería con buenos artesanos, cosa habitual en aquellos años (40,50?) que estaban ambas en la acera de los pares entre Capitán y Rey.
    Te animo a que sigas dando fe de nuestra historia.

    • cecibustos

      Pablo, gracias por tu lectura y por tu comentario. Sí, se me han olvidado varias cosas. Tal vez en una segunda edición incluya tus sugerencias y alguna otra que se ha quedado en el tintero. En esta ocasión me parecía que se hacía muy largo el texto, tal vez debería haberlo dividido en dos partes. Ya veremos el resultado.
      Un abrazo.

  2. MariCarmen

    Es una delicia volver a recordar la vieja calle de las Infantas, pues como dice la canción, recordar es volver a vivir, y como en todos tus trabajos, lo haces con una meticulosidad impecable.
    Los recuerdos de la calle de las Infantas, son los de mi infancia. Cuánto he jugado en el «rulo» y más de una vez me caí por saltarle. También recuerdo a las mujeres del «gallinero» colgando el «pelele» el día de Sanildefonso en ese almez maravilloso que tu recuerdas y cantando:
    El pelele está muerto que le daremos
    Agua de caracoles que cría cuernos.
    En fin Cecilio, te animo a seguir y te doy las gracias por mantener viva la memoria de nuestro pueblo

    • cecibustos

      Mari Carmen, muchas gracias. Tus comentarios están tocados por la fascinación y esto es un pago alto, muy alto para mis artículos. Claro que seguiré escribiendo sobre las calles de Aranjuez y sus gentes, de ayer y de hoy. Es un alto premio tener lectoras como tú.
      Cecilio

  3. caminar por tu blog es encontrar, en pequeñas dosis, la relajación necesaria para seguir el camino fuera de este espacio que nos brindas con tus palabras.

  4. Primo he de reconocer que aun siendo bastante, pero bastante mas joven que tú, te aseguro que me has puesto el vello de punta al leer estas palabras.
    Me has quitado como poco 30 años de encima, «magistral» «precioso»,no se me ocurren más.

    • cecibustos

      Jose:
      ¡Qué alegría verte por aquí! Eso pretenden estas “Calles de Aranjuez”, tocar en la fibra de la nostalgia y los afectos de cuantos hemos olido el “pan y quesillo” de las acacias o, de aquellos otros, más jóvenes, como tú, que llegasteis a tiempo de vivir vuestra propia experiencia bajo estos cielos.
      Gracias, primo, por tu comentario.
      Un abrazo,
      Cecilio

  5. Pedro Cerron Parrilla

    Recurdo con añoranza,la bella descripcion que haces de las calles de Aranjuez,enhorabuena.De esta recuerdo ir al cine de verano con mis padres,alternando con otro que le ponian cerca de la Iglesia S,Antonio(por cierto muy peligroso por la Crtra de Andalucia).Vivia un compañero del colegio (Castrillon) y con frecuencia paseabamos por la calle.Creo que al final de la calle estaba el Rst.La Mina y mas adelante ,a la izquierda habia un patio que daban veladas de boxeo.Que tiempos tan maravillosos que gracias a ti recuerdo ahora,gracias Cecilio.Saludos Pedro Cerron

    • cecibustos

      Pedro:
      Sí, el cine de verano lo instalaban al principio de la «calle de las Infantas», pegado al «Jardín de Isabel II». Tu compañero de colegio vivía en la «calle del Príncipe», contigua a Infantas, en ésta está la «Iglesia de Alpajés», donde te bautizaron. Y también estaba la Mina, detrás del templo. Es cierto tu recuerdo y por allí, en una perpendicular de la que aún no he dicho nada, la «calle del Foso», estaban los «Salones Adrian» (creo que se llamaba así) donde se organizaban veladas de boxeo. Yo tengo más fresco el recuerdo del boxeo en el cine de verano de Canina, el de la carretera y el peligro.
      Gracias Pedro, muchas gracias por tu paseo por este blog.
      Saludos,
      Cecilio

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