Cecilio Fernández Bustos
Los milagros no existen. La perfección es inalcanzable. No hay milenarismos. Ni Apocalipsis. Hay que cultivar una fe escéptica, evitar los dogmas, saber escuchar y mirar, tratar de despejar y fijar los fines para poder escoger mejor los medios.
David S. Landes
Hoy he salido temprano del trabajo. No había horas extraordinarias y me apetecía dar un paseo por el centro de la ciudad. Las gentes, como siempre, se afanan en llegar a algún sitio: la parada del autobús, la puerta de sus casas, la tienda de la esquina o el lugar de la cita donde alguien les espera. Yo, en cambio, camino sin prisas, sin destino alguno en aquellos momentos, sin demasiadas preocupaciones, distraído en la contemplación de esa interminable sucesión de rostros, cuerpos, piernas con las que te vas cruzando. Observador de gestos, hay algunos que llaman mi atención y detengo la hosquedad de mi distanciamiento, los acuño y guardo en el desván de la ternura o del enojo. Y así, me voy abriendo a esta realidad de tarde de paseo en un Madrid ya casi antiguo.
Me llama la atención un personaje. Es una mujer. Está aovillada en una acera y pide limosna. Es enero y va mal vestida, ropas livianas de verano envejecidas y unos guiñapos a modo de abrigo. Mira sin mirar, sumida en ese gesto helado por el frío de la acera, donde se sienta y oculta sin ocultarse. Toda su dignidad tirada por el suelo de esta calle consagrada al consumo.
Cuando se abren las puertas de algún establecimiento una bocanada de vaho y humo se precipita hacia la calle. En las cafeterías la gente merienda, tortitas con sirope y chocolate.
Me gustaría dejar de lado mis afanes y dedicarme a degustar tortitas de sirope y chocolate. Tal vez debiera pararme un momento a respirar sosegadamente y mirar en torno. Si lo hiciese seguro que encontraba la belleza del mundo. Y cuando eso sucede la felicidad es total y efímera. Pero en el recuerdo la luz de esos momentos mágicos de felicidad nos salvan de las catástrofes inmediatas de los días.
Carlos:
Creo que era Teresa, la santa de Ávila, la que decía a sus monjas que la vida era una sucesión de estados de ánimo que se reiteran. —Desolación, consolación— decía aquella mujer tan singular y, si observamos nuestro trajín vital, es probable que descubramos en ello cierta verdad. No obstante, no sé si la desolación es imprescindible, tengo muy claro que la consolación, llamadla felicidad, no debiera faltarnos a nadie.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo,
Cecilio
Ahora es Agosto y esta mujer probablemente continue en el mismo lugar. No pasaremos más y ella estará, estará en la fotografía de su época. Será la más precisa imagen de la calle de su época. ¡Gracias Cecilio!
Daniel:
Muy cierto lo que dices, ¿quién sabe qué habrá sido de aquella mujer?, pero al dejarla prendida en una mota de memoria, la hemos regresado a aquella situación dramática y la hemos alentado a permanecer. Tal vez ahora esté comiendo tortitas con sirope y chocolate, pero en mi memoria permanece aquella imagen que contemplé un día de invierno.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo,
Cecilio
En América, en la del norte, son dulces las cortezas de los arces. La savia se desliza desde años (no podemos hablar de siglos) hasta los recipientes de plástico. El sabor y olor del sirope, como la imagen del pastel de pacanas en el alfeizar, es el sabor de América, su verdadera iconografía. Miles de Jacks Lemons, noches de paraguas bajo la lluvia, sonrisas nacaradas, vaqueros duros, indios herméticos, ver aparecer la televisión en las pantallas enormes de los cines de sesión continua que proyectan películas pioneras.
Pastel de pacanas, lo más lejano de las ropas negras de la mujer que se “aovilla” en la puerta de Damas.
No es amor a la contradicción, es síntesis. ¡Cómo no van a existir los milagros en el Milagro! Todo tiene dos caminos. El hombre adora las cifras. Como tiempo que es, se regocija en sí mismo y crea momentos especiales. El vaticinio es una excusa. Siempre que pone su oreja en la tierra oye el galopar de los caballos. No conoce sus nombres y confunde sus colores. No ha llegado el día.
And when the lamb
Opened the first seal,
I saw the first Horse.
The Horseman held a bow.
Now when the lamb
Opened the second seal,
I saw the second Horse.
The Horseman held a sword.
The leading Horse is white,
The second Horse is red,
The third one is a black,
The last one is a green.
And when the lamb
Opened the third seal,
I saw the third Horse.
The Horseman had a balance.
Now when the lamb
Opened the fourth seal,
I saw the fourth Horse.
The Horseman was the Pest
Miremos desde arriba el paisaje que nos han dado. El hombre es el ser que se ha levantado, esfuerzo el más enorme que se haya hecho. La cabeza, lo más cerca de Dios, se abriga confortablemente en los dogmas que crea. ¡Ah, qué agradable sensación! ¡Y cuántas cosas sabemos sin aprenderlas! Amar, criar, consolar, odiar, ayudar, matar, salvar, maldecir, pensar… Sí, y también nos ha sido dado saber escuchar y mirar.
Distinguido amigo:
“¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas, / como el pájaro duerme en las ramas, / esperando la mano de nieve / que sabe arrancarlas!” Excelente la metáfora de Bécquer —la mano de nieve—, para aplicar a la labor de extraerles parte del alma o los arces y elaborar con paciencia y dedicación el dulce sirope.
Muchas gracias por tu comentario.
Un abrazo,
Cecilio
Hola Cecilio: primero, gracias por tu comentario en mi blog. Siempre eres muy generoso al juzgar mis fotos.
Me ha encantado la cita y tu texto también. ¡Ojalá esté ella tomando un buen helado este verano, sin necesitar pedir en la acera!
Un abrazo
Elvira:
Sí, ¡ojalá sea para ella un lugar perdido y olvidado!
Tus flores merecen toda mi atención y seguiré disfrutando con tu blog, tu palabra y tus imágenes.
¡Gracias por tu comentario!
Un abrazo,
Cecilio